El béisbol, nos sorprende con historias que van más allá del diamante. Tal es el caso de Tony Gwynn, un nombre que resuena en los pasillos de la grandeza del béisbol, pero que estuvo a un paso de brillar en las duelas del baloncesto profesional.
Gwynn tuvo la destreza necesaria para destacar no en uno, sino en dos deportes a nivel universitario. Gwynn lo logró en la Universidad Estatal de San Diego, demostrando un talento atlético que pocos poseen. En 1981, su nombre resonó en dos drafts simultáneamente: el de la MLB y el de la NBA. Los Padres de San Diego lo codiciaron en la tercera ronda, mientras que los Clippers de la misma ciudad lo visualizaron dirigiendo su ofensiva desde la posición de base.
La decisión que enfrentó Gwynn no fue sencilla, pero optó por el béisbol, una elección que lo catapultaría a la inmortalidad deportiva. Con ocho títulos de bateo y un promedio de carrera de .338, Gwynn se estableció como uno de los bateadores más consistentes y temidos en la historia de las Grandes Ligas.
La coordinación mano-ojo y la agilidad, tan cruciales en ambos deportes, seguramente se vieron potenciadas por su doble entrenamiento. Es fascinante pensar cómo su experiencia en el baloncesto pudo haber influido en su éxito en el béisbol.
A muchos atletas no les alcanza para ser seleccionados por algún equipo profesional, Tony tuvo dos opciones y en dos de las mejores ligas del mundo, demostrando así que traía el deporte en las venas.
Seguramente Gwynn tomó la decisión correcta y sus números lo confirman.