No hay verano que no nos vaticinen, entre el rumor de las olas, un otoño caliente. Es, como tantas veces, una expresión importada, una vez más de la Italia de los años de plomo. Los sindicatos lo recuperaron en la Transición, para vaticinar movilizaciones tras las vacaciones, o que tras la calma vendría la tempestad. La espiral tuvo el paroxismo en el convulso 88'. Después los sindicatos perdieron garra, debilitados por la corrupción o domesticados bajo gobiernos de izquierda ante los que se comportan como gatitos mimosos, pero la milonga del otoño caliente se quedó ahí para anunciar el final del verano. Eppur si muove… Este otoño sí que apunta a tiberio permanente. El sismógrafo político registrará terremotos día sí...
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