La estrella de la Vuelta a España es un ciclista que no la puede ganar. Wout van Aert es el corredor más emocionante, el más completo y el que más ilumina la ronda. Desde el otro segmento del ciclismo, la que construye monumentos en clásicas, etapas o clasificaciones secundarias, Van Aert se muestra apabullante. Un fenómeno que consigue su tercer triunfo en Baiona, en la dura orografía de Galicia, perfiles como dientes de sierra, una tachuela detrás de otra. Lo hace después de una escapada desde la salida, más de 125 kilómetros en fuga por ese enrevesado laberinto de carreteras secundarias que bordean el Atlántico, coronan pequeños puertos y conectan pueblos y granjas con campos de cultivo. A Van Aert lo acompañan ciclistas que saben que están derrotados de antemano, el inconformista Marc Soler, y los pasajeros circunstanciales Lecerf, Hollman y Pacher. Los cuatro desafiantes colboran con el prodigio belga, acometen los relevos sin racanería y se tragan el aire sin rechistar, aunque la sentencia parece dictada desde el instante que Van Aert ingresa en la escapada. Hay terreno para elaborar estrategias en el grupo de los mejores, dos puertos de segunda, uno de tercera y un primera de ocho kilómetros y seis por ciento de desnivel medio a veinte kilómetros de la meta. Pero el escenario solo sirve para cotejar si alguien puede desbancar a Van Aert de la victoria que se anuncia. No hay movimiento contra el líder O'Connor, que sigue un día más con casi cuatro minutos de ventaja y se motiva otra tarde con el maillot rojo que puede lucir hasta Madrid. Van Aert presenta una hoja de servicios intachable en la Vuelta de su debut. Dos victorias, dos segundos puestos, un tercero, una fotofinish, una contrarreloj de apertura que se le escapó por un suspiro, líder de la Vuelta y actual portador del maillot verde que premia al ciclista más regular. Con este bagaje recibe el ataque de Pacher, el único corredor que ha sobrevivido a su motor, en la entrada a la hermosa Baiona. Van Aert lo atrapa como a un mosquito, de un manotazo. A 300 metros lanza el esprint y no tiene réplica. Le da tiempo a dibujar con la mano el tres, y a celebrar directo con su mujer y su pequeño hijo la tercera pieza de la Vuelta. «No es normal que mi familia me espera en la meta», dice el portento, que tendrá más oportunidades para aportar luz a esta Vuelta.