La experiencia de las empresas de la economía social y solidaria de Quebec demuestra no solo que otra política es posible, sino que ya existe. Una economía plural que, en su diversidad, se caracteriza por formas diversas de propiedad, de actores y de sistemas de distribución que abarca mercado, reciprocidad, redistribución y autoconsumo
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En un Quebec rural y empobrecido, en una isla francófona en medio de un mar anglófono, se puso en marcha hace poco más de 25 años un experimento colaborativo que ya cuenta con más de 11.000 organizaciones y 220 mil empleos, además de facturar más de 27 mil millones de euros.
Jordi Valls Olivé, en sus trabajos sobre la economía social y solidaria (ESS) en Quebec, nos cuenta que Patrick Duguay, director general de la Cooperativa de desarrollo Regional Outaouais-Laurentides, se refiere al nacimiento de las primeras cooperativas en Quebec como instrumentos de solidaridad y ayuda mutua en las actividades de crédito y de producción agraria y de cómo estas se han convertido en grandes grupos cooperativos: Desjardins en el sector financiero y la Coop Fédérée en el sector agrario como máximos exponentes de la denominada vieja economía social. Y que Duguay se refiere, asimismo, a la estrecha vinculación del desarrollo histórico del cooperativismo y por extensión del conjunto de la ESS con el hecho quebecois y la necesidad de preservar la identidad de la isla francófona en un mar anglófono.
El papel central de la ESS en la región francófona se explica a partir de un año de referencia: 1996. El primer ministro del gobierno del Quebec, Lucien Bouchard, convocó a los agentes sociales a Le Sommet de l’economie et l’emploi (Cumbre de la economía y el empleo) para abordar la grave crisis económica del país a partir del modelo Quebec Inc (Estado socio), nacido en la década de los 80, basado en la gobernanza deliberativa, en la incorporación de los agentes sociales y en la importancia de la implicación ciudadana en la co-construcción de políticas públicas.
La novedad, en esta convocatoria de 1996 fue que, por primera vez, se invitó a los agentes de la ESS (cooperativas, asociaciones, grupos comunitarios…). Esta convocatoria fue el resultado de la presión ejercida por La marche des pains et roses (marcha de mujeres contra la pobreza), movilización acontecida el año anterior en protesta por las consecuencias de la crisis.
En Le Sommet se creó Le Chantier de l’economie sociale como uno de los dos grupos de trabajo destinado a aportar soluciones al enorme déficit fiscal y a la alta tasa de paro del momento; un espacio donde se pusieron las bases para que una renovada economía social fuera un agente relevante en el desarrollo económico del país y en la construcción de políticas sociales.
Se activaron, en ese momento, dos conceptos de importancia estratégica: economía plural y políticas socioeconómicas. Una economía plural que, en su diversidad, se caracteriza por formas diversas de propiedad (sector mercantil convencional, ESS –socioempresarial y sociocomunitaria– y sector público); de actores (trabajador@s, consumidor@s y usuari@s, administraciones…); y de sistemas de distribución (mercado, reciprocidad, redistribución, autoconsumo…).
Como pone de manifiesto Patrick Dugay, en el caso de Quebec: “Nuestra militancia es por una economía plural. Pensamos que es importante que una parte significativa de nuestra economía siga siendo pública. Pensamos también que las empresas privadas tienen su espacio, pero que la economía social y solidaria, debe tener en el futuro un papel mucho más importante del que tiene hoy. Se ha de desarrollar esta alternativa. Es muy importante para luchar, contra la pobreza, sí, pero especialmente en favor del medio ambiente y el desarrollo territorial. Porque si es solo el mercado convencional quien regula estos aspectos, quedan de lado”
Todo ello en Quebec se desarrolló en el marco de unas políticas públicas realmente socioeconómicas que tienden a dejar de considerar la producción y el consumo como una cuestión solo relativa a la economía y a las carencias solo como una cuestión social.
Continuando con las referencias citadas por Jordi Valls, Marguerite Mendel, directora del Instituto Karl Polany de la Concordia University de Montreal, explica que otra clave del éxito, además del reconocimiento de la ESS como agente social válido para la co-construcción de políticas públicas, pasó por la capacidad del sector para ponerse de acuerdo internamente en reconocer un mismo espacio donde trabajar para unos objetivos compartidos y que progresivamente desaparecieran las divergencias entre la vieja y la nueva economía social emergente.
A partir de 1996 se fueron creando instrumentos para dar impulso al despliegue de la nueva economía social. Una de las principales herramientas fue la constitución de Le Chantier de l’economie sociale como organismo permanente más allá de su puesta en marcha como grupo de trabajo en Le Sommet.
Transcurridos algo más de 25 años los datos son reveladores (www.chantier.qc.ca). La ESS en Quebec la forman 11.200 organizaciones, con más de 220 mil empleos y con una facturación superior a los 40 mil millones de dólares canadienses (algo más de 27 mil millones de euros).
Le Chantier, actualmente presidido por Béatrice Alain, es una red de redes de empresas de la ESS, agrupaciones de estructuras de desarrollo local y representantes de movimientos sociales que comparten los valores y la visión de la ESS. Una red de redes que tiene como misión promover y consolidar la ESS como vector de cambio social y económico basado en los valores de la solidaridad, la equidad y la transparencia, y, que a la vez forme parte integrante de la economía plural del país.
En su Plan estratégico 2021-2025 Le Chantier describe las orientaciones prioritarias de sus actividades para el periodo y remarca la importancia de la transición ecosocial, trabajando para la valorización y el refuerzo de la ESS y con el fin de que esta sea un motor de cambio al servicio de la transición ecológica, para avanzar en la equidad, al servicio del desarrollo local de las comunidades, y para fomentar la gestión democrática.
Le Chantier ha sido, y lo sigue siendo, determinante en la construcción del sistema de apoyo a la ESS. En este sentido son esenciales los 22 Pôles regionaux de l’economie sociale (Polos regionales de economía social) orientados a la creación, consolidación y desarrollo de actividades, empleos sostenibles y de calidad en beneficio del territorio y sus habitantes adoptando modelos de gestión democrática e invirtiendo en innovación social e investigación de utilidad social.
Los Pôles son un ejemplo práctico de iniciativas de desarrollo local endógeno que movilizan los recursos locales, refuerzan el capital social y que conectan y relacionan los diferentes actores presentes en el territorio.
También son destacables, por su relevancia estratégica en la construcción del sistema de apoyo a la ESS, las iniciativas relativas a:
-La financiación: RISQ (red de inversión social del Quebec) y FIDUCIE (Fiduciaria del Chantier de l’economie sociale). Cabe destacar respecto a las herramientas de financiación la apuesta trascendental del mundo sindical a través de la canalización de los fondos de pensiones hacia inversiones productivas en empresas de la ESS.
-La comercialización: COMMERCE SOLIDAIRE que promueve el consumo responsable, el desarrollo local y el emprendimiento colectivo agrupando compras y poniendo en marcha una plataforma comercial para la venta.
-La formación y el desarrollo de personas: CSMO que analiza necesidades de formación, propone programas de prácticas y de formación y que promueve iniciativas para la atracción e incorporación de trabajador@s al sector.
-El enlace y transferencia de conocimiento: TIESS que identifica, clarifica y sistematiza las innovaciones experimentadas por la ESS para favorecer su difusión y apropiación.
Se trata de un sistema de apoyo a la ESS que se articula también, con intensidades distintas, en torno al impulso de un Mercado Social interno –entre entidades y empresas de la ESS– y externo –en relación al conjunto de la sociedad– entendido como una red de producción, distribución y consumo de bienes y servicios que funciona con criterios de sostenibilidad integral (personal, social y ecológica).
Béatrice Alain, en su participación en el 2º encuentro Internacional de Municipalismo y Economía Solidaria celebrado en Barcelona en 2016, planteó algunos desafíos clave para la ESS del Quebec, todavía vigentes en la actualidad, donde cabe destacar: la necesidad de un cambio de escala en función del sector de actividad, la coherencia en las acciones respecto a los valores practicados, el cambio generacional, la multiplicación y confusión en los términos
–empresa privada/empresa social, visibilidad de opciones como las BCorp, economía colaborativa…–, y avanzar y afianzar en un compromiso real de los gobiernos hacia la economía plural y la co-producción de políticas públicas.
La experiencia de la ESS del Quebec es uno de los referentes internacionales que muestran, no solo que otra economía es posible, sino que ya existe. Una ESS que nace, se consolida y que crece intercooperando, en un contexto de economía plural, partiendo del impulso de iniciativas locales, que articula propuestas y acciones a partir de una estrategia donde la democracia económica y la propiedad colectiva son claves.
Muestra, además, que el desarrollo de la ESS necesariamente debe acompañarse de políticas públicas que la entiendan claramente como “otra economía”, que superen las visiones restrictivas de carácter paliativo que a menudo las acompañan y que la consideren como pieza fundamental de la economía plural y no como un subgrupo de la economía mercantil convencional.
Un modelo de desarrollo de la ESS que contribuye, mediante el protagonismo real de las personas en los proyectos, al impulso de procesos de desarrollo con efectos positivos para la satisfacción de las necesidades humanas. Una práctica donde los seres humanos pueden verse a sí mismos como individuos y a la vez como miembros de comunidades y que puede contribuir a la relocalización y la diversificación de la economía. Una autodependencia, en términos de Manfred Max Neef, capaz de combinar los objetivos de desarrollo económico con los de justicia social, libertad, desarrollo personal y equilibrio ecológico.
Se trata, como plantea el filósofo Ivan Illich, de que la buena vida y la buena sociedad dependan principalmente de valores y expectativas, de tener un trabajo con un propósito y que merezca la pena, de la abundancia de la comunidad y de la cultura y de la capacidad colectiva de organizarse con sentido.