El santoral católico es un calendario que contiene los
nombres de los santos y las fechas en que se celebra su festividad. Este
compendio agrupa a los santos y beatos que la Iglesia Católica conmemora
oficialmente en días específicos a lo largo del año. Cada día del calendario
litúrgico está vinculado a uno o varios santos, que son recordados en las misas
y oraciones de los fieles.
La tradición de celebrar el santoral se remonta a los
primeros siglos del cristianismo, cuando se comenzó a venerar a los mártires y
otros personajes considerados ejemplares por su vida y testimonio de fe. Estas
celebraciones no son simples recordatorios, sino momentos de reflexión y
conexión con los principios y valores que estos personajes representan.
El santoral es una herramienta valiosa para aprender sobre
la historia de la Iglesia y el cristianismo. Sirve como fuente de inspiración
basada en las vidas de los santos y funciona como guía espiritual, ofreciendo
fuerza y dirección a través de las experiencias de estos personajes históricos.
Además, ayuda a recordar y honrar a figuras importantes para la fe católica,
uniendo así el pasado, el presente y el futuro de la Iglesia.
Este lunes 26 de agosto, la Iglesia Católica conmemora a varios santos y santas que han dejado huella en la historia de la cristiandad. Cada uno de estos santos tiene su propia historia y legado, ofreciendo a los fieles diferentes modelos de virtud y fe.
Desde el periódico La Razón, destacamos a Santa Teresa de
Jesús Jornet Ibars, santa fundadora de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados.
Teresa Jornet nació el 9 de enero de 1843 en Aitona, Lérida, España. Proveniente de una familia profundamente religiosa, su entorno familiar estaba impregnado de una fuerte vocación espiritual. Su hermana Josefa se unió a las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl, sirviendo en el hospital de La Habana. Posteriormente, su hermana María siguió el mismo camino, ingresando en la misma orden religiosa. La influencia familiar se extendió aún más, ya que las tres hijas de su hermano Juan también se incorporaron a la congregación.
El legado espiritual de la familia Jornet no se limitaba a
la generación de Teresa. Su tía Rosa, hermana de su madre, falleció con fama de
santidad. Asimismo, su tío abuelo, el Beato Francisco Palau, dejó una huella
significativa como fraile carmelita. Aunque abandonó el monasterio, Francisco
Palau continuó su labor evangelizadora a través de la predicación y la
escritura, manteniendo viva su vocación religiosa.
Teresa Jornet, una mujer de gran determinación, cursó
estudios de magisterio en Lérida antes de ingresar en el monasterio de las
clarisas de Briviesca, Burgos. No obstante, el turbulento clima político de la
segunda mitad del siglo XIX frustró sus planes de profesar como clarisa. Lejos
de desanimarse, Teresa se adaptó a las circunstancias y se convirtió en
carmelita terciaria, dedicándose simultáneamente a la enseñanza. Su vocación se
vio temporalmente interrumpida por una enfermedad que la aquejó tras el fallecimiento
de su padre, obligándola a retirarse a su hogar durante un periodo.
Inspirada por Don Saturnino López Novoa, canónigo de Huesca y su director espiritual, Teresa Jornet emprendió la noble tarea de fundar las Hermanitas de los Ancianos Desamparados. Esta congregación tenía como misión primordial brindar amparo y cuidado a los ancianos desprovistos de familia y recursos económicos. Con una determinación inquebrantable, en 1872, Teresa estableció la primera casa de la congregación en Barbastro. Para esta empresa pionera, contó con el invaluable apoyo de un grupo de jóvenes comprometidas y la colaboración fundamental de su hermana María.
El 27 de enero de 1873 marcó un hito trascendental para la
congregación: sus miembros recibieron el hábito religioso y Teresa Jornet fue
elegida superiora, asumiendo un liderazgo que definiría el rumbo de la
institución. Con visión estratégica, adquirió el antiguo convento de los
Agustinos, estableciéndolo como la casa madre de la Congregación de las
Hermanas de los Ancianos Desamparados. La expansión de la obra fue notable y
veloz; para 1887, cuando recibió la aprobación de la Santa Sede, ya contaba con
58 casas, testimonio del impacto y la necesidad de su labor.
Teresa Jornet desplegó una actividad incansable en favor de
los ancianos, demostrando una dedicación excepcional a su misión. Sin embargo,
el riguroso régimen y la extenuante rutina que se impuso tuvieron consecuencias
significativas en su salud. Su compromiso inquebrantable con la causa de los
ancianos desamparados la llevó a sacrificar su propio bienestar, un testimonio
de su profunda vocación de servicio.
El 26 de agosto de 1897, Teresa Jornet falleció en Liria, Valencia, dejando un legado perdurable. Su vida ejemplar y su obra trascendental fueron reconocidas por la Iglesia Católica: el 27 de abril de 1958, el Papa Pío XII la beatificó, y en 1974, el Papa Pablo VI la elevó a los altares, canonizándola y reconociendo oficialmente su santidad. Estos actos no solo honraron su memoria, sino que también reafirmaron la importancia de su misión y la validez de su carisma en la sociedad contemporánea.