Hasta las elecciones de julio, Venezuela era una autocracia. Un régimen autoritario, sin división real de poderes, con instituciones postizas y con un aparato represivo funcionando a todo trapo, pero con comicios supervisados por observadores de países democráticos que certificaban una relativa legitimidad del resultado. Ahora es ya una plena tiranía consagrada por un pucherazo. Tiranía, que no dictadura, como suele matizar Felipe González, porque las dictaduras aún tienen ciertas reglas dentro de su marco totalitario. La forma grosera en que Maduro se ha autoproclamado ganador contra toda evidencia y la respuesta violenta a las reclamaciones de la oposición han asentado en todo el mundo la certeza, si es quedaba alguien por ignorarla, de que el chavismo es la última...
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