La directora nacional adjunta del Área de Infancia y Familia de Fundación SAMU lamenta la "instrumentalización política" de la migración, en concreto del colectivo de menores de edad
El PP se enreda en un discurso contradictorio sobre la acogida de los menores migrantes
Siham Khalifa El Abdi es la directora nacional adjunta del Área de Infancia y Familia de Fundación SAMU, una entidad sin ánimo de lucro que cuenta con una red de atención de jóvenes migrantes llegados a España. La reubicación de estos menores de edad es un debate que lleva varias semanas encima de la mesa y que tuvo como punto de inflexión hace solo un mes el fracaso de la reforma de la Ley de Extranjería, tumbada por PP y Junts, que pretendía sistematizar la solidaridad interterritorial en la acogida de menores migrantes. El asesinato de un niño de 11 años en Mocejón ha servido como excusa a la extrema derecha para una práctica habitual en sus redes: vincular sin datos delincuencia, violencia e inmigración.
Khalifa El Abdi rechaza con contundencia ese discurso, en el que se enredan los populares, y nos habla en esta entrevista realizada a finales de julio, con conocimiento de causa, de quiénes son esos chicos que llegan a España.
¿Cuál es el perfil de los menores migrantes que llegan a España a través del mar?
Levamos 20 años trabajando con migraciones de este tipo y nos seguimos preguntando quiénes son. Pues son niños y son niñas, llegan a nuestras fronteras para quedarse y sin el acompañamiento de un adulto, con todo lo que ello implica. La inmensa mayoría llega de países del Magreb, en particular de Marruecos y de Argelia, y en un alto índice del África subsahariana. Insisto, y voy a repetirlo hasta la saciedad, estamos hablando de niños y de niñas, de hasta cuatro o cinco años.
Buscan una vida mejor, buscan cumplir un sueño, buscan ser libres, buscan un trabajo digno. Las historias de vida que cuentan estos niños en régimen de acogida son muy diversas, desde vivir su orientación sexual en libertad porque se han sentido perseguidos en su país de origen hasta proyectos migratorios basados en trabajar lo antes posible y ahorrar dinero para poder pagarle una intervención quirúrgica a su padre o madre. Cada historia de vida es única. El denominador común: buscan una oportunidad, escapando de conflictos bélicos, de persecuciones, de hambrunas, de violación de derechos humanos... Podemos encontrar de todo.
¿Por qué cree que sigue primando el discurso de la marginalidad y del odio asociado a esos jóvenes que huyen de su país a los que se les llama 'menas'?
Lo único que ha conseguido lo que empezó siendo un acrónimo de menores extranjeros no acompañados es, por el uso que se le ha dado, deshumanizar al colectivo y criminalizarlo. Detrás de ese 'mena' del que hablan hay un niño o una niña. No hay que hacer una revisión bibliográfica muy exquisita para saber que hay una instrumentalización política de la migración, en concreto del colectivo de menores de edad, que no ha ayudado, pero no deja de ser un colectivo que está en una situación de vulnerabilidad extrema.
Los niños migrantes a los que se intenta criminalizar, muchas veces detrás del término 'mena', son menores con historias muy duras y expuestos al desamparo. No dejan de ser niños, niñas y adolescentes que han conseguido llegar vivos y han estado expuestos a riesgos, a exclusión y a una situación que termina con ellos en una red de acogida del sistema de protección de menores como cualquier otro niño nacional y a los que se les debería dar el mismo trato de niño, independientemente del origen. Esa es la base de la protección a la infancia.
No me gusta hablar de la migración como un problema porque los migrantes no somos un problema sino somos personas que venimos a sumar. Son historias de vida que sueñan con un proyecto y en la inmensa mayoría de las veces lo consiguen. Por desgracia, no solemos ser protagonistas de buenas noticias y somos sólo noticia por cuestiones que generan alarma social
Se ha hablado en estos meses del “reparto obligatorio” de estos menores, ¿qué le parece?
Haría una mención escueta a ese asunto en concreto, porque no soy experta en la materia, pero en esto del reparto me atrevería a decir que que ahí entran en juego también los recursos disponibles por parte de las administraciones públicas. Y ahí lo dejo. En SAMU tenemos una red muy importante de acogida de menores de edad en Canarias y en Baleares, donde más incidencia de entrada está habiendo, acompañada de entradas a nado de jóvenes por Ceuta procedentes de la zona de Castillejos, de Tetuán, del norte de Marruecos.
Llevamos muchos años abordando este tipo de migraciones, tanto de adultos como de menores, y de emergencias humanitarias. ¿Es hora de hablar ya de una política migratoria seria para este tipo de situaciones?
Para hablar de una política migratoria seria llegamos ya tarde porque el problema ya lo tenemos y es una realidad. La migración es una realidad, no es un problema. El problema es la red de recursos disponibles, que habría que solucionar. No me gusta hablar de la migración como un problema porque los migrantes no somos un problema sino personas que venimos a sumar. Son historias de vida que sueñan con un proyecto y en la inmensa mayoría de las veces lo consiguen. Por desgracia, no solemos ser protagonistas de buenas noticias y somos sólo noticia por cuestiones que generan alarma social. Eso es algo que no he conseguido averiguar todavía. Pero la migración no es un problema y creo que los estudios del retorno económico de la inversión que se hace en la migración lo demuestran.
¿Qué nos podría contar de experiencias que ha visto y de chicos migrantes que suman a nuestra sociedad?
Estoy convencida de que sumamos. Sumamos todos. Cualquier colectivo que trabaje la acción social podría argumentar con mucha solvencia que es un colectivo que suma. Estamos trabajando con niños y niñas que muchas veces vienen de situación de desprotección, incluso de familias desestructuradas. Generan alarma social, sí, pero porque son niños que vienen muy dañados que necesitan una atención especial pero que se pueden reconducir y que se pueden salvar. Son vidas que se pueden salvar. En la Fundación Samu y en cualquier otra entidad que trabaje en la atención a menores tenemos historias de vidas que hemos salvado.
En el proceso de esa sanación, de esa reconducción y de ese trabajo obviamente tenemos casos que puedan generar alarma social pero para nada se puede convertir en una representación del colectivo. Para mí, es un colectivo digno de admirar. Y la diferencia está en la óptica que hacemos de la percepción y del estudio. En nuestros centros hay niños de 11 o 12 años con una capacidad de superación y una resiliencia que no he visto en adultos. Niños que han sobrevivido una travesía peligrosísima en la mar, con barreras culturales, con barreras idiomáticas y que han conseguido en cuatro o cinco años ser un ciudadano más: aprender un idioma, estudiar, formarse, emanciparse a partir de los 18 años, conseguir un empleo. Si esa historia de vida, si ese proyecto migratorio de no más de cinco o seis años no es digno de admirar, no sé qué lo es.
¿Qué opinión le merece cuando algunos líderes políticos siguen asociando inmigración y delincuencia? “Tenemos derecho a salir a la calle con seguridad”, dijo Alberto Núñez Feijóo hace un mes cuando el PP se debatía si apoyar o no la ley para obligar a acoger menores migrantes.
No sé en qué contexto se hicieron esas declaraciones. Yo lo único que puedo decir es que la realidad que yo vivo y la realidad que vivimos los trabajadores y los profesionales que trabajamos en SAMU, que nos dedicamos desde hace muchos años a la acogida de migrantes en esta protección de menores, para nada trabajamos con un colectivo que consideramos peligroso para la sociedad. Yo no soy peligrosa para la sociedad. Para nada.
También hace poco, y coincidiendo con el repunte de llegadas de jóvenes a Canarias, se habló mucho de la figura de Lamine Yamal o de Nico Williams [ambos españoles, descendientes de familias migrantes] tras su papel en la Eurocopa de fútbol con España. ¿Qué podría comentar a ese respecto?
Ha tenido un importante impacto el efecto de esos jugadores en nuestros centros, eso es cierto. Dentro de esos sueños de los que hablaba y que motivan las migraciones, tenemos en nuestros centros muchos niños que su proyecto migratorio es convertirse en Messi. Y te preguntas, ¿cómo puedo trabajar yo en ese proyecto de inserción sociolaboral? Podemos ayudar a conseguirle primero documentación, luego formación, que tenga un buen nivel de español, etc. Pero de ahí a conseguir convertirle en Messi o Lamine Yamal es complicado, ¿no?
La lectura que hacemos con la figura de Yamal es que han visto que alguien muy parecido y con el que se pueden identificar, no por el color de la piel ni mucho menos sino por su historia de vida, los ha acercado al éxito, al reconocimiento público. Tiene una lectura muy interesante, y nosotros lo aplaudimos, porque un niño subsahariano con una historia migratoria, de segunda generación, ha llegado a ganar la Eurocopa. Y que un nombre como Lamine Yamal, de padre magrebí, sea noticia por algo que no tenga que ver con delincuencia juvenil.
Si no tienes empleo, no tienes medios propios de vida, y además eres migrante, estás condenado a la marginalidad. Y los programas de alta intensidad le han cambiado la vida a muchos niños tutelados que se han convertido en niños extutelados
¿Son habitualmente exitosos los pasos que tienen los chicos y chicas en los centros de acogida?
En los centros que gestiona Fundación Samu hay historias de éxito maravillosas que no llegan a la prensa pero las hay. La inmensa mayoría de los niños migrantes que acogemos y que acompañamos a esa transición a la vida adulta son historias de éxito, dignas de admiración. Yo admiro mucho a la gente que consigue pequeñas cosas sobre todo cuando parten de una situación de desventaja. No es lo mismo partir de una situación de desventaja y llegar a ser un señor con un sueldo que cotiza a la Seguridad Social en este país que vivir en un entorno normalizado. Tampoco le quito mérito a los que han tenido mejor suerte geográfica, pero que a mí me gusta poner el foco en la situación de desventaja, para valorar aún más si cabe, los logros que tienen nuestros niños y nuestras niñas.
Y, ¿qué pasa con ellos cuando cumplen la mayoría de edad y salen del sistema de protección?
El sistema de protección de menores te cubre la situación de desamparo hasta que cesa la tutela administrativa con los 18 años. Hay diferencias entre comunidades autónomas. Donde Fundación SAMU tiene programas de alta intensidad es fundamentalmente en Andalucía, con una red de plazas muy importante, desde hace cuatro o cinco años. Hemos vivido en Andalucía esa situación de tener solo tres plazas vacantes para 30 candidatos que iban a cumplir los 18 años, pero eso se ha revertido a lo largo de los últimos años porque ha crecido la red de plazas públicas, de programas públicos de la Junta de Andalucía. Eso ha sido un antes y un después en su transición a la vida adulta. Porque de nada sirve la inversión que hacemos en la red de acogida del sistema de protección de menores si luego no le podemos dar continuidad ya que, con esa edad, la inmensa mayoría no están preparados a nivel madurativo.
Muchas veces no están preparados. a nivel documental, o no han culminado su formación y no tienen acceso al empleo, que al final es el motor de la inclusión social. Si no hay empleo, no hay medios propios de vida. Y si no tienes empleo, no tienes medios propios de vida, y además eres migrante, estás condenado a la marginalidad. Y los programas de alta intensidad le han cambiado la vida a muchos niños tutelados que se han convertido en niños extutelados.
¿Qué sucede con esa minoría que no accede a los programas de mayoría de edad?
Pues siguen estando en una situación de extrema vulnerabilidad y en riesgo. Afortunadamente, y aquí sí solo hablo de la Junta de Andalucía, son cada vez menos si lo comparamos con hace cinco años. En esos programas se trabaja la autonomía y esa transición a la vida independiente a través de la formación, del acceso al empleo y del trabajo comunitario. Porque hay niños que pueden tener acceso al empleo y tener medios propios de vida pero siguen estando solos. Y para escapar de los guetos y de esas diferencias y esas problemas problemáticas interculturales tenemos que trabajar la inclusión social. En esos programas pueden estar hasta los 25 años, aunque es cierto que no se agota ese plazo salvo en casos puntuales.
Tenemos niños y niñas que han accedido a a carreras universitarias y se les da ese apoyo para terminar un grado superior o un grado medio, pero la inmensa mayoría cursan baja por cumplimiento de objetivos. También hay una red de 300 plazas que dependen de Políticas Migratorias específicamente para jóvenes extutelados migrantes y que nació justo después de la pandemia, que había dejado descubierto un problema bastante grave y que ahora da continuidad al trabajo que se hace con los menores. Si no se les da acompañamiento, se corre el riesgo de que, si la persona por sí sola no puede mantener los logros alcanzados, todo lo trabajado y todo lo invertido en la etapa de minoría de edad cae en saco roto.