En la salvaje España de la Transición, Alejo fue un Jagger moreno de acento porteño. Hablo de cuando Tequila, rock con actitud y sonido muy serio, puso a mil a las adolescentes y celosísimos a los modernos de rímel e imperdibles, a los que ya les hubiera gustado vender, y ligar, la décima parte que ellos. La heroína y otras sustancias acabadas en «ína» le mostraron el infierno desde todos los ángulos posibles, pero él decidió regresar a la luz sin que recuerde muy bien cómo. Productor musical de éxito, nos cuenta su milagrosa vida en el autobiográfico "Yo debería estar muerto" (Espasa).
Se reivindica como un superviviente desde el mismo título de su libro de memorias. Todos lo somos. Vivir es esquivar la muerte.
Sí. Yo digo que soy sobreviviente serial, porque es verdad que quien más, quien menos ha pasado por algún momento cercano [a la muerte], pero yo estoy por encima de la media. Me ha pasado repetidas veces. Y sí, he jugado con fuego. Pero de pequeño, por ejemplo, tuve una enfermedad y me pude haber muerto. Después vino la dictadura [en Argentina], es decir, cosas que no eran causadas por mí. Algunas sí, pero no todas.
«Sombra de aquel instante que destella» (Juan Gil-Albert). ¿Cree que ese verso tiene algo de usted?
Bueno, sí. Las sombras y las luces, ¿no? Las subidas y las caídas. Las vicisitudes de la vida. Sí, yo he vivido momentos muy altos y otros muy bajos, y podría incorporar esa frase a mi vida.
Tequila fue una fiesta divertidísima al borde del abismo. ¿Las mayores diversiones han de estar ligadas al peligro?
No necesariamente. Esta fue así, pero creo que te puedes divertir sin arriesgar tu vida. Yo, desde muy pequeño, he vivido bastante al límite y he sido muy arriesgado e inconsciente. Así he construido mi vida, pero no creo que sea obligatorio.
No tiene ningún reparo en hablar de su consumo continuado de heroína y cocaína. ¿Cómo cree que habría sido Tequila sin las adicciones?
(Largo silencio). Pues la verdad es que no lo sé. Es una pregunta que no sé responder. Uno es uno y sus circunstancias, y especular cómo hubiese sido Tequila si, por ejemplo, nos hubiésemos quedado en Argentina y nos hubiésemos hecho allí en vez de en España… ¿Hubiera sido el éxito que fue aquí, hubiéramos triunfado igual? No lo sabemos. Por eso no me considero capaz de contestar esa pregunta.
La resaca de Tequila le duró tres años. El lado oscuro se convirtió en su hogar y Satán en su amigo. ¿Por qué decidió caminar hacia la luz?
Más bien la decisión fue el ir hacia la luz cuando vi que estaba en las profundidades. Un día me miré al espejo y dije que quería salir del pozo e ir hacia la luz. Lo otro fue una sucesión de aventuras, de experiencias.
Pasó de rock star a simple mortal. ¿Nunca le invadió el síndrome Norma Desmond?
Ja, ja, ja. No, nunca lo tuve. Ni siquiera cuando era una rock star, en el momento más álgido, me lo creí demasiado. Vengo de una familia de artistas que en Argentina eran muy conocidos y estaba acostumbrado a vivir entre gente famosa y de éxito.
Es el productor del considerado de forma unánime el mejor disco de Sabina, «19 días y 500 noches». Las canciones son excelentes, sí, pero ¿en qué medida ayudó su mano?
Cuando público y crítica coinciden, es difícil que no sea así. Creo que el mérito fue de Joaquín, que estaba superinspirado. Probablemente fue el momento más inspirado de su vida. Hizo unas letras espectaculares, y también algunas músicas. Creo que mi aporte más importante fue elegir un sonido muy real, huyendo de efectismos, tanto para la base musical como para la voz. A Sabina le trataban siempre de embellecer la voz, nadie le había mantenido su voz antes de ese disco. La única manera que tenías de oírlo así era ir a su casa a las cuatro de la mañana, y yo una madrugada le dije que tenía que grabar su voz como cantaba en su casa. Se lo dije como amigo, pero él lo estuvo meditando y unos días después me propuso que lo hiciéramos. Y fue genial, porque ahí encontró su personalidad vocal.
Ha ido a casi 40 conciertos de los Stones y en algunos desembolsó una fortuna por el precio de reventa. ¿Cuánto habría pagado por ver a los Beatles?
Uf. No lo sé. Mucho.
¿Habría hipotecado su casa?
Probablemente sí. Hubiera hipotecado mi casa para poder ver a los Beatles. Ahí tienes un buen titular, ja, ja, ja.
Esta sección se titula «¿Tienes fuego?». Señor Stivel: ¿tiene fuego?
Sí. Tengo gas, tengo piedra, tengo chispa. Y cuando tienes esas tres cosas y las sacudes, entonces se enciende el fuego.