Con la extinción de la llama olímpica en el Stade de France, hace una semana, culminó no solo la trigésima tercera edición de los Juegos Olímpicos modernos, sino también un capítulo extraordinario en la historia del deporte mundial. París 2024, más allá de ser un espectáculo deportivo sin precedentes, se erigió como un símbolo de resiliencia global y un catalizador de reflexiones profundas sobre el papel del deporte en la sociedad contemporánea.
La capital francesa, anfitriona por tercera vez de este acontecimiento, demostró que el espíritu olímpico trasciende las vicisitudes de nuestro tiempo. Los Juegos, celebrados en un contexto global marcado por los ecos de una pandemia devastadora, conflictos geopolíticos crecientes y la amenaza omnipresente del cambio climático, adquirieron un significado que rebasó lo meramente competitivo. Se convirtieron en un testimonio de la capacidad de la humanidad para unirse y superar adversidades compartidas, ofreciendo un rayo de esperanza en tiempos turbulentos.
El lema olímpico “Citius, altius, fortius - communiter” (Más rápido, más alto, más fuerte - Juntos) cobró una relevancia singular. La adición de “Juntos” a la tradicional tríada no fue una mera formalidad lingüística, sino un reflejo consciente de una nueva era en la que la colaboración y la unidad se han revelado como imperativos globales.
Los Juegos de París ofrecieron un mosaico de narrativas que ilustran la complejidad y riqueza de la experiencia humana. El Equipo Olímpico de Refugiados, compitiendo por tercera vez consecutiva, personificó la resistencia frente a la adversidad y la capacidad del deporte para trascender fronteras políticas y conflictos. Sus actuaciones no se midieron en medallas, sino en la esperanza que inspiraron a millones de desplazados en todo el mundo.
Simultáneamente, las hazañas de pequeñas naciones en disciplinas tradicionalmente dominadas por potencias económicas reafirmaron que la excelencia olímpica no es prerrogativa exclusiva de los privilegiados. El éxito de países como Jamaica, Kenia o Nueva Zelanda, por citar algunos ejemplos, demuestra que con políticas adecuadas, determinación y un enfoque estratégico es posible alcanzar la cima del olimpo deportivo.
Estos triunfos invitan a una reflexión más amplia sobre los factores que propician el éxito deportivo en el plano nacional. Más allá del producto interno bruto o el tamaño de la población, emerge como crucial el concepto de progreso social. La inversión en educación, salud, igualdad de oportunidades y el fomento de una cultura que valore el deporte se revelan como pilares fundamentales para el desarrollo de atletas de élite y para la promoción de una sociedad más saludable y cohesionada.
Para naciones como Costa Rica, los Juegos Olímpicos de París 2024 han sido tanto una fuente de orgullo como un llamado a la introspección. Nuestros atletas, compitiendo con dignidad y determinación, son el producto de décadas de inversión en desarrollo humano. Sin embargo, los desafíos recientes en áreas críticas como educación, salud y equidad social nos obligan a redoblar esfuerzos para mantener y mejorar las condiciones que han permitido nuestros logros pasados.
El deporte olímpico es un ejemplo de los valores que aspiramos a ver reflejados en nuestra sociedad: excelencia, respeto, amistad, determinación, inspiración, coraje e igualdad. La competencia leal, el trabajo en equipo, la disciplina y la perseverancia que observamos en los estadios olímpicos son cualidades que, cultivadas en el plano social, transforman comunidades enteras.
Los Juegos de París también pusieron de relieve la importancia de la inclusión y la equidad. La paridad de género en la participación, la visibilidad creciente de los deportes paralímpicos y la celebración de la diversidad cultural no fueron meros gestos simbólicos, sino manifestaciones concretas de un mundo que aspira a ser más justo e inclusivo.
En la transición hacia Los Ángeles 2028, nos corresponde reflexionar sobre cómo incorporar las lecciones de estos Juegos a nuestras políticas públicas y a nuestra vida cotidiana. ¿Cómo podemos fomentar una cultura que valore el deporte no solo como espectáculo, sino también como herramienta de desarrollo social? ¿De qué manera podemos asegurar que los espacios públicos sean verdaderos centros de encuentro comunitario y actividad física?
Los Juegos Olímpicos de París 2024 reafirman el poder del deporte para unir e inspirar, trascendiendo fronteras y diferencias. El verdadero éxito de estos Juegos se medirá, no en medallas, sino en su capacidad para catalizar cambios positivos en la sociedad, promoviendo los valores olímpicos en la vida cotidiana.