Entre las imágenes más recientes que sirven para ubicar la figura de Santi Denia (Albacete, 1974) está su actitud durante la Asamblea de la RFEF más famosa de la historia, en agosto del año pasado, mientras Rubiales gritaba su ya icónico 'no voy a dimitir'. Él fue uno de los pocos que permaneció en su asiento, impasible, cuando la mayoría irrumpió en aplausos hacia el expresidente. Aquel episodio define principalmente al Santi persona, pero sirve también para analizar su labor en el banquillo de la selección olímpica, donde el fútbol no es necesariamente lo más importante. «A lo largo de mi vida he cometido muchos errores. Pues bueno, la edad y las canas te hacen ser más reflexivo. Yo acudí a aquella Asamblea a escuchar. Analicé y reaccioné como me sentí, de forma genuina. Me salió no aplaudir», fue su respuesta a aquel comportamiento que no pasó desapercibido para nadie. Tampoco dentro de la Federación, donde el núcleo duro del rubialismo trató de amedrentarlo. Él se mantuvo firme en sus creencias y también en la defensa de Luis de la Fuente, pese a que en ese primer momento la reacción del seleccionador absoluto fuera opuesta a la suya. «Ha habido años que he pasado más días con él que con mi familia», contaba entonces, haciendo ver que la amistad entre ambos estaba por encima de aquel error. Santi nunca fue un hombre que perdiera los nervios, pero trabajar durante tantos años en las categorías inferiores ha desarrollado al máximo su capacidad para actuar con mano izquierda. Considera que su labor fundamental es formar a los futbolistas en principios. «Se puede ganar o perder, pero los valores siempre deben estar», dijo tras caer en la final del Europeo sub 21 de 2023. Con él prima el liderazgo amable, donde se convence por la vía de los hechos, no con el ordeno y mando. «Yo he tenido la suerte de disfrutarlo desde los 16 años. Lo conozco bien. Es un entrenador muy tranquilo, muy seguro de su idea. Y tiene un mensaje que nos hace sentir mejores a cada uno. Sabe sacar el máximo de nosotros», analizaba para este periódico Sergio Camello, uno de los 22 internacionales que han viajado a los Juegos. «A veces se valora más al entrenador que es calmado y de repente salta que al que está todo el rato pegando gritos. Santi es así hasta en los peores momentos». Tampoco le ha ido mal de esa manera. En 1992, jugando en la cantera del Albacete, se convirtió en el futbolista más joven de Primera División tras debutar con solo 18 años. Fue un central callado y eficiente, capaz de incorporarse con garantías al centro del campo. «Aparte de por mi juego, me han fichado por mi forma de ser», expresó al convertirse en futbolista del Atlético de Madrid con 21 años. Al conjunto rojiblanco llegó acompañado del guardameta Molina en la pretemporada del año del doblete. Él fue parte fundamental de aquel éxito, uno de los grandes hitos de la historia colchonera. Titular indiscutible en el centro de la zaga junto a Roberto Solozábal, solo se perdió un partido por sanción. Sus nueve años de rojiblanco fueron un tobogán de emociones. Jugó la Champions, alcanzó la selección y llegó a capitán, pero también vivió el descenso al infierno. No le importó seguir en el Atlético en Segunda, pero tras el regreso a la máxima categoría fue perdiendo peso en el equipo. Acabó regresando al Albacete antes de poner fin a su carrera. Entonces ya tenía claro que quería ser entrenador. Su primera experiencia fue como segundo de Abel Resino en el Atlético, a finales de 2009. Un año difícil, porque el toledano solo duró siete jornadas. A él le tocó sentarse en el banquillo en la octava, en un empate contra el Mallorca que importó poco, pues cerca de setecientos ultras intentaron asaltar el palco del Calderón. «Espero, y lo juro por mis hijos, que Quique dé con la tecla con esta plantilla», dijo antes de entregar el testigo al técnico madrileño, que meses después conquistaría la Europa League y metería al equipo en la final de la Copa del Rey. Su siguiente destino, en 2010, fue ya la Federación. Dirigió ocho años a la sub-17 (fue finalista mundial y europeo) antes de dar el salto a la sub-19, con la que ganó la Eurocopa en 2019. Con el nombramiento de Luis de la Fuente para la absoluta él también promocionó. En su primer torneo con la sub-21 llegó a la final del Europeo, que se perdió después de que Abel Ruiz fallase un penalti en la prolongación. El nuevo delantero del Girona, al que conoce desde pequeño, es uno de los jugadores en los que se ha apoyado a la hora de conformar el equipo para París junto a Miranda , Sergio Gómez o Eric García , chicos a los que lleva dirigiendo desde pequeños y que consideran a Santi un segundo padre. A ellos y a sus compañeros les ha intentado transmitir lo que significan unos Juegos, una experiencia que él conoce bien pues los de París son sus terceros. «Son algo diferente a lo que estamos acostumbrados. Los equipos de trabajo son más pequeños y todos tenemos que echar una mano a los compañeros. Compartir labores y tareas que nunca llevas a cabo», decía hace tres años al respecto. Santi acudió como jugador a Atlanta 96, el verano posterior a conseguir aquel doblete con el Atlético. Marcó el gol ante Australia que clasificó a España para los cuartos de final.El madridista Raúl y el culé Iván de la Peña lideraban a aquella selección que aspiraba a repetir el éxito de Barcelona, pero que se quedó a dos escalones de las medallas. 24 años después repetía en Tokio 2020, esta vez como segundo entrenador de Luis de la Fuente. El premio entonces fue una plata después de caer en la final ante Brasil. Le toca subir un peldaño, y para ello tendrán que someter a la anfitriona, la Francia de Thierry Henry. «Saldremos sin miedo, y si somos un equipo lo vamos a conseguir», afirma convencido el seleccionador manchego.