Son tantas las incógnitas que hoy se van a desvelar, viendo, escuchando y leyendo los medios de comunicación, con la celebración del Pleno de investidura de Salvador Illa, que pareciese que hoy se emitiese el capítulo final de un vulgar culebrón turco con mucho amor de conveniencia, de relaciones que un día se rompen y al otro se retoman, de malos y buenos, de ricos y pobres, de alianzas y amistades peligrosas. ¿Hará su aparición Puigdemont y cómo será? ¿Vendrá en helicóptero, en el maletero de un coche, a pie? ¿Llegará tarde y sudoroso por haber elegido los trenes de Óscar Puente como medio de transporte?
Todas las miradas puestas en el juez Llarena, como si de él dependiera que se consume o no una de las mayores atrocidades a la nación española, estando ya el mal hecho, acordado y firmado. ¿Ordenará su detención e ingreso en prisión? ¿Qué harán los Mossos, le detendrán? ¿Se suspenderá la sesión del Parlament? ¿Para cuándo tendrá lugar la reanudación?
Asturias y Castilla-La Mancha, comunidades que necesitan como el comer la solidaridad de otras regiones, ¿darán por fin un golpe en la mesa y Page liderará una alternativa a Sánchez dentro del PSOE o estará protegiéndose del mosquito del Nilo?
Allí donde el mando es codiciado y disputado no puede haber buen gobierno ni reinará la concordia, decía Platón. Tantas incógnitas por resolver lo que ya está resuelto: Illa será investido, si no es hoy, será mañana; Sánchez aferrado al sillón como una lapa, con o sin presupuestos; las olas de calor irán superponiéndose y los ministros aprovechando las vacaciones por si no tienen otras. El titular de Justicia, Félix Bolaños, cortándose el pelo, y el de los trenes, Óscar Puente, jugando al golf. ¿Qué puede salir mal?