El escritor Eduardo Romero publica una novela donde pone el foco con delicadeza, "a cámara lenta", en la atención a los ancianos, un trabajo que asume en gran medida la población migrante
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Primero, la mantita que le tapa los pies. Después, la colcha, la manta y la sábana, todo al armario, empieza la jornada. Para el anciano, no para su cuidadora, que lleva horas de trajín por la casa para que todo se mantenga en orden y preparado. Ellos son los dos protagonistas de Centímetro a centímetro, el libro que el escritor asturiano Eduardo Romero acaba de publicar en la editorial Pepitas de Calabaza y Los Aciertos.
En apenas 60 páginas, desgrana al detalle la cotidianeidad de esa pareja obligada por la necesidad –de cuidados, él; de trabajo, ella– que se reproduce en la vida real todos los días en todos los puntos del país. Y cada vez serán más. En la actualidad, el porcentaje de población de más de 65 años es del 20,4% pero en 2055 será del 30,5%, según las proyecciones del Instituto Nacional de Estadística. Esto implica que la asistencia a personas dependientes será un servicio cada vez más solicitado, aunque no necesariamente mejor considerado.
Este es un tema que Romero ha tratado en varios de sus libros anteriores, en los que la migración está muy presente. Su novela En mar abierto (2021) está protagonizada por Jenny, una mujer peruana que viene a España y trabaja para una pareja de ancianos, y en ¿Cómo va a ser la montaña un dios? (2024), explora el vínculo entre un minero con silicosis y la mujer afrocolombiana que se ocupa de él después de que se rompa la cadera por una caída.
“Tengo muy presente la existencia de las redes transnacionales de cuidados, el flujo de mujeres migrantes que acaban en Europa haciéndose cargo de los cuidados de una población envejecida”, explica el autor a elDiario.es. Además, también reconoce una fascinación por el comportamiento de esas duplas en el exterior de las casas. “Cuando me cruzo por la calle con un viejo que empuja un andador me suelo quedar embobado. Me gusta observar sus movimientos, los movimientos de quien le acompaña, la manera en que interactúa la gente que se cruza con ellos”, sostiene.
La cuestión de los cuidados tiene muchas capas, pero Romero ha querido fijarse en los detalles más específicos –las heridas que supuran de los pies del anciano, la ceremonia de la ducha, el paseín de 150 metros los días buenos– sin que la extensión fuese un factor determinante del libro. Sus otros títulos tienen muchos más personajes cuyas historias se entrelazan y exigen más desarrollo, cambios de ritmo y recursos narrativos. Aquí, sin embargo, esos ejercicios no eran necesarios, sino que más bien sobraban. “Entendía que en Centímetro a centímetro tenía que buscar esa minuciosidad, pero también pensaba que el tono de la novela podía llegar a agotar al lector si pretendía sostenerlo durante ciento y pico o doscientas páginas”, afirma. “La extensión que tiene creo que es suficiente para contar lo que quiero contar. Nunca me ha gustado escribir de más”.
Desde fuera nunca es fácil, aunque lo parezca, entender del todo lo que implica cualquier trabajo. Bien sea el de un minero, el de una empleada del hogar, el de un recepcionista o el de una cirujana. En esa percepción intervienen todos los prejuicios que acumule cada persona y es imposible no tenerlos. Para construir a sus personajes de la manera más fiel posible a la realidad, Romero se empapó de las experiencias de otros y otras. “En los últimos veinte años, he podido escuchar muchos testimonios de mujeres migrantes dedicadas a cuidar a personas mayores. Algunas son amigas y a lo largo del tiempo me han contado los pormenores de su día a día”, declara el escritor.
Asimismo, para la documentación de su novela ¿Cómo va a ser la montaña un dios? visitó algunas residencias de ancianos para hablar con algunos de sus inquilinos y también con la gente que trabaja allí “a veces en condiciones muy precarias”, señala. Además, en los últimos años ha vivido de cerca la cuestión de los cuidados a personas ancianas por motivos familiares, así que ha tenido material de primera mano con el que trabajar. “Creo que fue Leila Slimani a la que leí que los novelistas nos alimentamos de los detalles. A través de estas diversas fuentes, tuve acceso a infinidad de detalles”, declara.
Aunque el libro no es un ensayo, sí invita a pensar y a sacar conclusiones particulares sobre los aspectos de esta historia, por breve que sea. A Romero sí le gustaría que la lectura de su obra alimentara el debate sobre las condiciones de las trabajadoras, por ejemplo, aunque no se trata de un manifiesto. Una de las motivaciones que le impulsó a escribirla es la sensación de que en la literatura faltan relatos que inviten a pensar en esto.
Si bien títulos como Renata sin más, que Catherine Guérard escribió en 1967 (Tránsito la publicó este año traducida por Regina López Muñoz) o el ensayo Fámulas de Cristina Sánchez-Andrade (Anagrama, 2022) han indagado en la realidad de las trabajadoras del hogar, quizá el de las cuidadoras de personas mayores no se ha explorado tanto (aunque tampoco es que el servicio doméstico se haya visibilizado demasiado. O no lo suficiente). “El otro día, en Logroño, una mujer que está cuidando a su padre me dijo al final de la presentación que, al leer el librito, había resignificado su papel”, comenta el escritor. “Que, de pronto, al verlo plasmado en el libro, lo había sentido más digno, y hasta le había parecido un trabajo un poco heroico. Me gustó que la lectura provocase ese efecto en ella”.
La relación entre los personajes de Centímetro a centímetro es buena, algo que en la vida real no siempre es así. Cuidar y ser cuidado es complicado en múltiples aspectos y los enfrentamientos pueden ser habituales. Sin embargo, los protagonistas del librín –por corto, no por menor– establecen una relación que llega a ser tierna. “No pretendo decir con ello que los cuidados son siempre así, que los ancianos son siempre como el de mi relato. Hay viejos cabrones o a los que se les ha ido la olla que insultan y golpean a quien les cuida. Hay personas que trabajan como cuidadoras (remuneradamente o por lazos familiares) que son crueles o simplemente poco delicadas. Yo he optado por una historia a través de la que trato de transmitir belleza. No solo, pero también belleza”, señala. “Además, ella hace algo muy importante: le da espacio a él para alcanzar, por poca que sea, toda la autonomía que pueda”.
La escritora Noemí Sabugal, autora de El asesinato de Sócrates (Alianza, 2010) o Hijos del carbón (Alfaguara, 2020), ha definido la escritura de Romero como ‘literatura de la escucha’. “Tal y como está el mundo de la creación cultural, los autores y autoras estamos ”obligados“ a hablar demasiado de nosotros mismos. Por eso prefiero que sean otros los que caractericen, si lo desean, mi escritura”, responde a la pregunta de si se siente cómodo con la descripción de la autora.
A él le gustan autores que han recibido etiquetas similares como Svetlana Aleksiévich o el colombiano Alfredo Molano, a quien le atribuye la cita “Escuchar es casi escribir” que abre su novela ¿Cómo va a ser la montaña un dios?. “Es verdad que algunos de mis libros tratan de recoger múltiples voces de personajes que van componiendo una historia colectiva. Nunca he usado una grabadora. Pero sí he conversado con muchas personas que acaban siendo protagonistas de mis libros, personas que me han confiado su historia”.
Las obras de Romero tienen una innegable carga de reivindicación social. Quizá no de forma explícita, porque no escribe proclamas, pero sí a través de la reflexión a la que intenta dirigir al lector como en el caso de Centímetro a centímetro. Para él, una manera de intervenir en el mundo a través de la literatura es “haciendo buena literatura”. ¿Qué significa esa frase tan grandilocuente? “Que quien logra llevarla a cabo, ha podido despertar la imaginación y las ganas de pensar de quien lee. La literatura siempre es política, pero no creo que el libro más radical sea necesariamente el más contundente o el más explícito, el que dice verdades como puños”, contesta. “Suelo preferir aquellos textos que, como decía Berger, a través de ‘el arte de jugar con el silencio’, obligan al lector a completar la historia”, concluye.