Dice Peláez que los niños, aunque no lo sepan, están escribiendo mientras descubren la vida. Ellos no lo saben todavía, pero algún día mirarán dentro de sí mismos para entenderse. Entonces, recordarán esa noche de agosto en las que el sueño les llegó de madrugada en la plaza del pueblo, en la verbena , en esa fiebre por la insolación de pasarse demasiado tiempo bajo un sol abrasador, en el primer beso, en la primera despedida. En agosto, la noche es el mejor de los días. Se cena tarde, el tiempo parece detenerse en la última brisa y el cielo nunca oscurece del todo. Las cosas saben mejor; lo que se come, lo que se bebe, lo que se prueba...
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