La retirada de Biden de la carrera presidencial, y el meteórico ascenso de Harris, se debe al poder que tienen los donantes privados. Esta plutocracia parece haber acertado esta vez, pero no deja de resultar preocupante
Vaya por delante que Kamala Harris es mejor candidata demócrata que Joe Biden, cuya imagen de ancianidad parecía garantizar su derrota frente a Donald Trump. Harris se está revelando como una dinámica candidata que ha descolocado al expresidente. Las presiones sobre Biden para que diera un paso atrás han venido de las filas de su partido, de su propia familia, de medios de comunicación prestigiosos. Pero solo han surgido efecto cuando los principales donantes privados anunciaron que suspendían sus aportaciones mientras el actual presidente siguiera empeñado en presentarse. De “geronticidio político sin precedentes”, se calificó en el Financial Times la caída de Biden. Aunque una pregunta común es ¿por qué se tardó tanto?
No solo eso, sino que muchas dudas sobre Harris se despejaron al saberse que, como parte del tique ganador de las primarias, como candidata a vicepresidenta, tenía a su disposición el dinero que ya había reunido el Partido Demócrata para una campaña que se anunciaba difícil si no imposible, entonces unos 96 millones de dólares. Trump ha protestado de que Harris los use.
El dinero juega un papel fundamental en las campañas electorales de EE UU. Que unos ricos tengan tal poder en un sistema político tiene un nombre, plutocracia, término que se registra por primera vez en los escritos de Jenofonte, derivado del griego ploutos, riqueza, y Kratos, poder. La Real Academia de la Lengua la define como “situación en la que los ricos ejercen su preponderancia en el gobierno del Estado”, y “conjunto de ciudadanos adinerados que ejercen su influencia en el gobierno del Estado”.
Naturalmente, el plutócrata número uno en EE UU es el propio Donald Trump, por sus propios negocios que no ha separado de la política, vínculo que se propone reforzar si llega a la Casa Blanca, incluso perdonándose a sí mismo sus felonías. Baste recordar cómo alquilaba su propio hotel en Washington a delegaciones extranjeras que venían a visitarle, o como utilizaba y utiliza su propiedad de Mar-a-Lago en Florida para conducir desde allí su política.
En Europa, el dinero privado también juega un papel en las campañas democráticas, pero mucho más limitado y discreto. Aunque una diferencia es que el sistema estadounidense es algo más transparente. Algo.
Hay que señalar la importancia que ha tomado la recaudación popular, en las campañas de EE UU. La vengo siguiendo desde la primera, exitosa, campaña de Obama. El partido, o sus miembros destacados, mandan correos electrónicos o mensajes de seguidores en redes sociales, a todos los que se han apuntado, solicitando pequeñas aportaciones personales, desde 25 a 500 dólares (o más si se quiere). Esos correos vienen firmados por Obama, Biden, y muchos otros nombres conocidos, y se multiplican cuando se acercan citas electorales.
De hecho, el primer correo firmado por Kamala Harris que recibí el 23 de julio después de que anunciara aspirar a ser la candidata demócrata era para pedir una contribución. “Estos no son tiempos ordinarios”, decía. “Y estas no serán unas elecciones ordinarias. Pero esta es nuestra América. Y os necesito conmigo en esta lucha. Así que tengo que preguntar: ¿Aportarás hoy tus primeros 25 dólares para elegirme presidenta de los Estados Unidos y derrotar a Donald Trump? Todo lo que puedas dar en este momento será de gran ayuda en nuestra lucha colectiva. Juntos, sé que podemos ganar estas elecciones y salvar la democracia.”
El Partido Republicano opera también con este tipo de donaciones que se suman a las de los grandes donantes. Algunos donantes se ven recompensados tras la victoria con su designación, por ejemplo, como embajadores. El dinero de una parte de Silicon Valley, de algunas enormes empresas tecnológicas, como de Hollywood, que había apoyado a Obama en tiempos, y luego a Biden, se había secado tras el penoso debate entre este y Trump que hizo girar las encuestas a favor del expresidente. Veremos si el dinero vuelve en su totalidad a Harris, pues Silicon Valley parece preferir la falta de regulación para sui sector -salvo en las exportaciones a China, que ambos limitan- que propugna Trump.
Casi mejor indicador que las encuestas es la información de cuántos fondos ha logrado reunir cada candidato para su campaña. En julio, Harris ha recaudado 310 millones de dólares (unos 284 millones de euros), frente a 139 millones Trump, incluso a pesar del intento de asesinato de éste. Harris parece recaudar dinero a un ritmo récord. El sistema vale para los que aspiran a ser presidentes. También para los aspirantes a senadores, representantes, gobernadores y muchos otros cargos que se eligen.
Sin haber alcanzado aún a Trump, esta Harris redescubierta y con una energía renovada, ha ganado ya los votos necesarios para su designación por el Partido Demócrata, aun sin haber aclarado quién elegirá para acompañarla en su tique. Los plutócratas del Partido Demócrata parecen haber acertado. En el Partido Republicano manda Trump sin que nadie le haga sombra. Pero ¿se puede considerar democracia lo que realmente es una plutocracia? Sea como sea, ¡ojalá gane Kamala Harris!