Desde la caída de la convertibilidad para acá, los gobiernos argentinos intentan no mostrarse demasiado temerosos cuando un episodio financiero amenaza con convertirse en una crisis de mayor alcance. Es que en los últimos 25 años la economía doméstica tuvo muy pocos períodos de normalidad y siempre alguna traba o barrera al movimiento de capitales le funcionó como escudo.
El kirchnerismo, más allá de la reestructuración de la deuda de 2005, estuvo protegido por doce años de default. Sin acceso a los mercados, cualquier volatilidad que afectara el financiamiento no iba a tener un impacto directo. La excepción fue el crash de las hipotecas subprime y la caída de los grandes bancos de inversión estadounidenses y europeos, que derivó en una depresión económica global de la que no zafó nadie. Durante la gestión de Alberto Fernández, el tiempo que sobrevino a la pandemia también estuvo marcado por una renegociación con bonistas. Ambos gobiernos tuvieron contextos que jugaron a favor: precios altos para los granos y la soja, un factor que aportó divisas, y cepos al movimiento de capitales para cubrir las épocas de vacas flacas, como los aplicados desde 2011 y profundizados en 2021.
Luis Caputo ya atravesó una crisis en su primer paso por la gestión pública, y no la pasó bien. Le tocó uno de los momentos de "casi" normalidad, con dólar libre y amplia exposición a los mercados de deuda. Fue en 2017, cuando se combinaron la incipiente sequía y la suba de la tasa en EE.UU., que provocaron una salida de capitales tan intensa que para cubrir sus espaldas la Argentina volvió a acudir al FMI.
En el presente el Gobierno sostiene que el orden macroeconómico conseguido hasta hoy es el principal remedio que tiene para enfrentar el temblor financiero de las últimas 72 horas, en el que se mezclaron un descalce financiero de grandes inversiones apalancadas con yenes y la debilidad de la economía americana. Caputo considera que inflación en baja y superávit fiscal son buenos fundamentals en caso de que la corrección que mostraron ayer los mercados globales se traslade a la economía real. Agradece no tener que convivir con un tipo de cambio liberado y apuesta a que la debilidad del dólar mejore indirectamente el precio de los commodities que exporta la Argentina.
Lo que no podrá evitar el ministro de Economía es que las dudas locales se profundicen. Si había pocas reservas, será difícil conseguir los dólares prometidos a los bonistas a través de un crédito Repo. Es cierto que los activos argentinos recortaron la pérdida y eso puede ser una buena noticia. Pero el susto no se va a ir de un día para otro.