Dicen que estar junto al agua nos relaja tanto que “solo con mirarla dos minutos al aire libre nos sentimos mejor”. No es un gran descubrimiento de la ciencia: no tenemos más que experimentarlo para percibir que esto es así. Estar sobre el agua o al lado del agua nos permite dormir mejor, nos provoca un profundo relax y también nos invita a la reflexión y al recuerdo.
Al recuerdo nos lleva sin miramientos la técnica de hoy día, en cuanto abrimos el móvil, sin esperarlo, aparecen fotos del pasado, escenas casi olvidadas, muestras palpables de que el tiempo no pasa gratis sobre nosotros, que hemos perdido lozanía aunque también hemos ganado en conocimientos y en experiencia.
La otra noche, mientras pescábamos lo que iba cayendo en el anzuelo o en la potera, que no hay que renunciar al calamar, reflexionábamos sobre lo que es la vida y el paso de los años; de los que se han ido y de los que aún estamos; de las enseñanzas que tenemos que sacar de los avatares ajenos, de las existencias de otros, de sus errores y de sus aciertos; de sus soledades y también de sus esplendores, y pese a que el balde estaba lleno de jureles en sus tres cuartas partes, de tamaño medio, saltando y desprendiendo una deliciosa fragancia a la frescura del mar, la alerta saltó en nuestras cabezas porque nadie está libre de la decadencia, de la soledad, y la vejez es algo inexorable que nos acucia si es que antes no se nos lleva por delante la parca.
Mientras tanto, y para evitar que esto ocurra o que la muerte nos sorprenda con el paso cambiado, debemos ser conscientes de que la existencia, la vida, es una, es grande y es libre (esto lo hemos oído en otro contexto, pero aquí no queda tan mal), y aprovecharla y exprimirla como un limón es tarea obligada de todos, sin perder de vista en ningún momento que el futuro no puede ser miserable ni en soledad. Quizá haya que trabajar en ello…