El apoyo de Macron al plan de Rabat para el Sahara Occidental es un regalo calculado: Francia quiere contar con Marruecos como socio preferente y el acercamiento con Argelia no ha dado los frutos deseados
Francia apoya la propuesta de Marruecos para el Sáhara como “única base” para solucionar el conflicto
A la espera de que Emmanuel Macron realice una visita oficial a Marruecos, previsiblemente antes de final de año, París ha dado un nuevo paso en su intento de normalizar unas relaciones bilaterales que se habían agriado visiblemente desde 2021. Y para acelerar ese proceso, el presidente francés ha decidido enviar una carta al monarca marroquí en la que sostiene que el plan de autonomía presentado por Rabat en 2007 es “la única base” para la solución del conflicto del Sahara Occidental.
Así, Macron ha ido más allá de la posición adoptada hasta ahora: de afirmar que “es una base de resolución seria y creíble” –alineándose con Rabat más allá de lo que ya hizo el Gobierno español en marzo de 2022– pasa a sostener que es “la base más seria, creíble y realista” para su resolución, aunque sin llegar todavía al reconocimiento “formal” que hizo Donald Trump en diciembre de 2020, que proclamó sin matices la soberanía marroquí sobre ese territorio pendiente de descolonización y a la espera de un referéndum de autodeterminación desde 1991.
No es, desde luego, un paso caprichoso y ni siquiera sorprendente. Francia considera, por un lado, que los cambios que se están registrando en el Sahel africano –donde tanto protagonismo ha tenido durante décadas y del que se está viendo obligado a retirarse por exigencia de las juntas militares golpistas de la zona–, aconsejan volver a contar con Marruecos como socio preferente, ante una Argelia que mantiene una difícil relación con sus vecinos del sur.
Por el otro, el acercamiento a Argelia durante estos últimos años tampoco ha dado los frutos deseados, ni en términos comerciales ni de seguridad mientras que, Marruecos, por su parte, ha ido aumentando su influencia en la Unión Africana desde su reentrada en 2017. A eso se une el mayor atractivo marroquí desde la perspectiva financiera e inversora: los gigantes franceses como EDF, Engie, Saint-Gobain, Safran y TotalEnergies se afanan en convencer al Eliseo de la conveniencia de cerrar una crisis que arrancó con el escándalo de las escuchas telefónicas del propio presidente francés y varios ministros por parte de Rabat, siguió con el drástico recorte en la emisión de visados a ciudadanos marroquíes que deseaban entrar en Francia y acabó con la difusión de las malas artes marroquíes en el Parlamento Europeo.
Eso explica que, antes de la carta –que, como en el caso de España, fue dada a conocer parcialmente por la corte marroquí antes de que el Eliseo reconociera su existencia–, el ministro francés de Exteriores, Stéphane Séjourné, visitara Marruecos en febrero, señalando por primera vez que el Sahara Occidental era una cuestión “existencial” para Rabat. Y antes, en la primavera de 2023, lo mismo había adelantado el embajador francés en la ONU. Más recientemente, en abril de 2024, la agencia francesa de cooperación al desarrollo ha vuelto a operar en el Sahara ocupado.
Estamos, por tanto, ante un calculado regalo francés a Mohamed VI en el vigésimo quinto aniversario de su acceso al trono, con una misiva en la que Macron declara que “el presente y el futuro del Sahara Occidental se inscribe en el marco de la soberanía marroquí”.
De ese modo, al tiempo que pretende volver a convertir a Francia en el socio principal del reino marroquí –en competencia directa con España–, Macron busca asegurarse una posición de ventaja en un país que ha aprendido a jugar sus escasas bazas –principalmente en el terreno energético, como potencial vía de tránsito hacia Europa, y en el de la seguridad, frente al terrorismo y a lo que algunos definen como la amenaza migratoria– para inclinar la balanza a su favor en un tema central de la agenda nacional como es su aspiración a ver reconocida algún día su plena soberanía sobre el Sahara Occidental.
Consciente de la fuerte reacción que ya tuvo Argelia cuando el Gobierno de Pedro Sánchez cambió de posición –llegó a suspender las relaciones comerciales con España– París sabía que la apuesta iba a generar fricciones con el país norteafricano, tan empeñado en distinguirse como valedor principal de la causa saharaui, como inefectivo a la hora de forzar algún avance que permita a quienes malviven en Tinduf ver el futuro con alguna esperanza de cumplir algún día su sueño político.
Precisamente, esa inefectividad junto a la creciente debilidad interna del régimen liderado por Abdelmadjid Tebboune son los factores que deben haber llevado a Macron a dar el paso, sabiendo que lo que viene ahora es una crisis con Argelia, que, de inmediato, hizo saber su “profunda desaprobación” y retiró a su embajador en Francia, afeándole que había dado su apoyo al plan marroquí “con mucha ligereza y gran frivolidad, sin medir con lucidez todas las posibles repercusiones”.
Pero esto tampoco quita el sueño a París, salvo que Argelia se atreva a reforzar militarmente al Frente Polisario en su guerra de baja intensidad con las Fuerzas Armadas Reales de Marruecos.
Rabat ha sumado un nuevo e inequívoco apoyo a su pretensión soberanista, demostrando su maestría en el manejo de las cartas con las que cuenta y aprovechando los resquicios que le ofrece la competencia de rancio sabor nacionalista en la que tanto Madrid como París llevan tiempo sumidos, tratando de obtener ventajas cada vez que alguna de estas capitales europeas tiene alguna crisis con Rabat.
Mientras tanto, los saharauis se quedan cada vez más solos, sin que a ningún gobierno parezca importarle mucho que lo que diga la ley internacional y las resoluciones de la ONU.