En el campo de tiro de Chateauroux suceden muchas cosas, no siempre relacionadas con los Juegos Olímpicos. La coreana Kim Yeji , por ejemplo, ha conseguido la medalla de plata en la categoría de pistola de aire comprimido a 10 metros. Su rostro, atractivo, cerúleo, de una gélida imperturbable, comenzó a viajar de móvil en móvil hasta convertirse en un fenómeno viral. Yeji, de 31 años, no se inmuta. Con unas gafas futuristas y una visera blanca, falsamente frágil, empuña un pistolón como de Harry el Sucio y apunta al objetivo sin inmutarse. No tuerce el gesto jamás. No sonríe —aunque hay fotos que atestiguan que fisiológicamente puede hacerlo—, no pestañea, no arruga el ceño. Lo mismo da que acierte o que falle, su rostro no registra emociones. Un antiguo video suyo, grabado en una competición en Azerbaiyán, consiguió en un suspiro más de 7 de millones de visualizaciones. Se ve cómo dispara, con la cabeza ligeramente inclinada, firme y expeditiva, demoledora. Con ese tiro marcó un nuevo récord del mundo. Entonces, mientras el público estallaba en aplausos, Kim , sin mover un músculo, desmontó la pistola, se levantó el cristal de las gafas y se dio la vuelta glacialmente, como si dijera: no es nada personal, son solo negocios. Muchos internautas fantasean con la posibilidad de ver a Kim Yeji haciendo de mala en la próxima de James Bond o tal vez en una nueva versión de Terminator. «Debería hacer una película de acción sin pasar por el casting», se entusiasmó Elon Musk , el dueño de X. En el campo de tiro de Chateauroux compitió con un elefante de peluche colgando de su pantalón, un toque humano, un chispazo de ternura infantil, para desmentir su aura de robot bello e inquietante. En realidad es un juguete de su hija, de cinco años, que le sirve de talismán. No obstante, si se hiciera un casting de malos con pistolón, sería difícil escoger entre Kim Yeji y el turco Yusuf Dikec , de 51 años, medalla de plata en la prueba mixta de pistola de aire comprimido a diez metros. En Dikec hay también frialdad, pero no sofisticación. Parece un hombre cualquiera, un turista que ha aparecido por ahí mientras buscaba la catedral o un sitio donde comer, con su camiseta de manga corta y sus gafitas de miope. Tiene un poco de tripilla y va siempre con la mano izquierda metida en el bolsillo. No se la quita ni para disparar. Para qué. Da la sensación de que está muy seguro de sí mismo o de que todo le importa un bledo. Probablemente las dos cosas. A su lado, su rival, el serbio Damir Mikec, aparece con unos cascos negros y formidables, como conchas de tortuga, y unas lentes complejísimas, llenas de cristales que se levantan y se cierran. Los tiradores utilizan protecciones especiales para los oídos y vidrios que reducen el deslumbramiento y bloquean la visión de un ojo. Dikec no necesita nada. Va con su camiseta y sus gafas de contable, coge la pistola, apunta y dispara, aunque después de la competición en los Juegos Olímpicos confesó, como quitándose importancia, que ese día se había puesto tapones para los oídos. Suboficial retirado de la gendarmería turca, lo suyo es la puntería sin artificios: «Nunca he necesitado un equipo especial; soy natural, un tirador nato», explica. Un productor un poco avispado estaría ya pillando los teléfonos de Kim Yeji y Yusuf Dikec. Un duelo entre ambos alcanzaría, ahora mismo, una audiencia planetaria.