Todos los caminos llevan a Roma. La tradicional y repetida afirmación puede aplicarse a lo sucedido en la Ciudad Eterna desde el 28 de julio al 3 de agosto; esos días se han dado cita en Roma miles de jóvenes procedentes de Alemania, Lituania, Portugal, Ucrania entre otros veinte países europeos para participar en la XIII Peregrinación Internacional de monaguillos.
Esta asociación ( en latín «Coetus internationalis Ministrantium») fue fundada a principios de los años sesenta en la localidad de Altemberg cercana a Colonia con la finalidad de promover la reforma litúrgica ya vigente en muchos países y que desembocaría en la Constitución «Sacrosanctum Concilium» del Concilio Vaticano II sobre la Sagrada Liturgia.
Según los organizadores llegaron a la capital italiana cincuenta mil chicos y chicas, más de la mitad de ellos alemanes, que habitualmente sirven en las ceremonias litúrgicas de sus parroquias y diócesis. Les acompañaban doce mil voluntarios más un par de miles de sacerdotes y catequistas a los que sumaron unos treinta obispos.
Esta multitud abarrotó la Plaza de San Pedro en la tarde del 30 de julio cuando el calor sofocante no fue capaz de disminuir su entusiasmo que se hizo aún más estruendoso cuando Francisco recorrió todo el recinto a bordo de una «jeep» blanca saludando a diestro y siniestro con una permanente sonrisa.
La audiencia con el Papa no fue larga (algo más de una hora) y estuvo salpicada por cantos interpretados por el Coro de las Naciones (quinientas voces). Pero todos esperaban escuchar a Bergoglio. Y sus palabras no les defraudaron cuando, glosando el lema de la Peregrinación «Contigo», les animó «a llorar con los que lloran, a alegrarse con los que se alegran, sin juicios ni prejuicios, sin cerrazones ni exclusiones».