En la cabeza de Lara Roguez (Gijón, 1984) se repiten con insistencia machacona las notas, en un andante sostenuto, del Nocturno op. 9 No. 2 de Frédéric Chopin. Su mano izquierda, que tocó antes las teclas de un piano que un cuchillo , llevaba hasta ahora con un rigor esclavo el compás cuaternario de ocho corcheas con el que el compositor polaco fue capaz de dibujar su noche en menos de cinco minutos. La música fue primero que la cocina . La pintura también. Hasta que sin haber guisado antes demasiado, esta gijonesa entendió que la creatividad que intentaba dominar hasta el aburrimiento -como esos Nocturnos de Chopin- podía convertirse en platos . Roguez se ha reconciliado hace poco, «para...
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