Cada cierto tiempo ocurre, que alguien derrama lágrimas (pixeladas) sobre su teclado (y en sus redes) por un, otro, local tradicional que cierra . Ora una mercería, ora una librería, ora un zapatero remendón. En verano suelen ser los bares. Golpes de pecho y drama occidental porque ese bar de toda la vida, al que probablemente no se fue nunca (la mesa de formica y las servilletas de papel que no limpia casan mal con Instagram) cierra sus puertas para dar paso a uno de esos nuevos con madera clarita por todas partes, mucho blanco, algo de aluminio y azulejos Metro. Que lo mismo vale para una pescadería de diseño, una cafetería cuqui, un quirófano o la sala de espera...
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