Un equipo de investigadores decidió averiguar si el nombre que eligen los padres para sus hijos es influenciado por el aspecto del rostro del bebé o si, con los años, la persona va cambiando su apariencia para adaptarse. Los resultados fueron publicados en la revista científica Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS).
“El presente estudio investiga los orígenes de este efecto de coincidencia entre el rostro y el nombre: si los nombres se dan en función de características faciales innatas o si la apariencia facial de las personas cambia para coincidir con su nombre con el tiempo”, dice en el documento.
Para hallar la respuesta a esta pregunta, los autores realizaron tres experimentos. Para el primero, buscaron que un grupo de personas adivine los nombres de adultos y de niños. “Predijimos que los individuos serían capaces de relacionar rostros y nombres de adultos, pero no de niños”, señalan.
En efecto, la hipótesis inicial fue comprobada. A partir de mostrar rostros de dos grupos de diferentes edades, las personas participantes sugirieron las edades. El resultado fue que acertaron más los nombres con los rostros de adultos que de niños.
El segundo experimento incluyó inteligencia artificial. Un sistema fue entrenado con abundante información de imágenes faciales y representaciones. La computadora no acertó los rostros entre niños y sus nombres; en cambio, sí atinó con los nombres de personas adultas.
Finalmente, realizaron una “prueba de hipótesis de profecía autocumplida”. Transformaron digitalmente imágenes de niños reales y los envejecieron artificialmente. Luego, las compararon con imágenes faciales con envejecimiento natural. “Planteamos la hipótesis de que, mientras que los adultos naturales de la vida real se parecerán a sus nombres, los rostros adultos madurados artificialmente de niños reales no lo harán”, explican los investigadores.
A partir de los resultados, confirmaron que los rostros de adultos coinciden con los nombres, a diferencia de los rostros de niños. Ello indica que “la apariencia facial se desarrolla de una manera que implica información que conlleva un significado social”.
El equipo de investigación concluye que los niños aprenden a reconocer estereotipos de sus nombres a una edad temprana. Pero, las exhiben en su propia apariencia facial en etapas posteriores del desarrollo.
“Estos hallazgos pueden indicar hasta qué punto otros factores personales que son incluso más importantes que los nombres, como el género o la etnia, pueden determinar en qué se convierte una persona al crecer”, comentó Yonat Zwebner, autor del estudio, para el portal ABC.
Asimismo, se sugiere que se podrían realizar estudios para explorar la edad en que las personas comienzan a su nombre.