A diferencia del primer partido que Liliana Fernández y Paula Soria jugaron en París , cuando la lluvia inaugural hacía que el metal de la Torre Eiffel pareciera barnizado, esta vez las gradas estaban llenas de abanicos que parecían un enjambre de insectos. Porque a 29 grados a las 11.10 de la mañana, bajo este sol que causa avisos de alerta sanitaria hasta en el Metro, se abanicaban hasta los policías armados del parque parisino. Por lo demás, la presentación de las jugadoras era la misma; por megafonía, diciendo sus nombres y el consiguiente aplauso vitoreado (sin soltar el abanico, claro). Con Liliana y Paula en la pista, ha llegado el turno de sus contrincantes; las egipcias Marwa Abdelhady y Doaa Elghobashy . Pero cuando el speaker ha dicho sus nombres, cuando han saltado a la pista a saludar, el contraste mental de lo que se ha visto ha hecho que subiera la temperatura de la pista central de la Torre Eiffel. El hiyab cubre con tela negra el cuerpo de Marwa y Doaa desde el nacimiento del pelo de su cabeza hasta los hombros, llevan mallas que les llegan hasta los tobillos y las muñecas. Al otro lado de la pista, los bikinis deportivos rojos cubren el cuerpo de las españolas con un culote de forma brasileña y un top que sujeta el pecho de las deportistas. Se acercan a la red. Se saludan con la mano. Se miran a través de las gafas de sol. Como si la red de volley fuera un meridiano, el mundo se ha dividido en dos mitades en los que el contraste cultural invitaba a reflexionar sobre esos dos mundos que se comunicaban a pelotazos, los que lanzaban las españolas que salían a comerse el partido, lo que salvaban las egipcias arañando puntos aún sabiendo que no eran favoritas. ¿Pero cómo se habla de lo deportivo cuando al término del primer set el termómetro había subido a los 31 grados y sudaban hasta los árboles? En 2016, Doaa Elghobashy debutó en los Juegos Olímpicos de Río vestida con la hiyab , ante una audiencia mundial que vio cómo en el mismo escenario de la exuberancia física que es la Playa de Copacabana Doaa se plantó junto con su compañera en la playa así vestida para representar a su país por primera vez en su historia en esta disciplina olímpica. Doaa estudiaba Ingeniería de Sistemas, y lo que iba a ser un partido ante las alemanas (en bikini, claro), se convirtió en el punto de partida de un debate que esta mañana ha vuelto a pasar la pelota al público, que se abanicaba, que sudaba bajo los gorros, y que veía en primer plano el poder que tiene el deporte para unir culturas y civilizaciones , pero también, y sobre todo, lo difícil que resulta asumir para esta parte de la cancha occidental ciertas costumbres que son propias de aquellas distintas a la nuestra. La pareja española no ha dejado tregua a las egipcias y en 36 minutos han ganado un partido que tenía más de trámite que de escollo en la clasificación para meterse en la siguiente fase de eliminatorias. Sin embargo, con el último punto, cuando el personal de pista ha salido a la arena con esa especie de escobas sin cerdas que alisan el suelo para borrar las huellas, ha quedado en la cancha la contradicción, la impresión de habernos olvidado algo, como si entre punto y punto, entre remates al hueco y estrategias marcadas en los dedos, hubiéramos mirado hacia otro lado y no al verdadero partido que se jugaba delante de nuestras viseras. De nuevo estaba ahí la eterna pregunta; ¿cuándo una práctica es propia de una cultura o un límite contra derechos que consideramos intocables en este lado de la red? Y la respuesta la dio Doaa Elghobashy en 2012 ante los ojos del mundo que la juzgaban por cumplir con lo que impone su fe: «Soy musulmana y no puedo jugar con bikini», dijo en una entrevista a la BBC: « Quiero usar mi hiyab ». Ocho años después, ha vuelto a unos Juegos Olímpicos a jugar volley playa como ella ha querido, con su hiyab. Cabe preguntarse qué son los 30 grados comparados a las temperaturas a las que entrenará en su país de origen, pero resulta paradójico que el debate surja bajo el símbolo francés de la Torre Eiffel y la sombra de su eslogan: libertad, igualdad y fraternidad . El partido de la mañana del jueves ha sido una muestra de la fraternidad, sí, ¿pero lo ha sido de libertad y de igualdad? Para Doora Elghobashy, sí, porque en Londres logró que la Federación Internacional de Volleyball (FIVB) cambiara de reglamento en la vestimenta. ¿Y para el resto? Desde los Juegos Olímpicos de Sidney 2000, la FIVB obligaba a usar bikini en sus competiciones con prendas que tenían que tener, como máximo, 6 centímetros de ancho sobre la cadera. Así fue hasta Londres 2012, cuando se permitió otro tipo de indumentaria, como pantalones cortos de hasta tres centímetros por encima de la rodilla y tops con o sin manga. Estos cambios llegaban precedidos por polémicas y protestas de algunos equipos que veían en esas condiciones una sexualización de su deporte, cuando otros lo pueden ver como lo más adecuado para una práctica que se realiza en la playa. Lo que se conquistó fue la libertad de elección. Pero llegó Río, y en la playa de Copacabana aparecieron Marwa y Doaa con su hiyab, cubiertas hasta los tobillos y las rodillas y el nacimiento del pelo, y el olimpismo sumó otra foto icónica para la historia, una foto que se ha reeditado esta mañana, entre abanicos y olés por la victoria española .