Lee Miller (1907-1977) hizo la guerra desde a trinchera de 'Vogue', retrató a las enfermeras en Omaha Beach y, en un momento en el que las mujeres tenían prohibido acercarse al frente, fue la única corresponsal que documentó la liberación de Saint Malo tras cinco días de cruento combate. Lo peor, sin embargo, no fue eso. «He probado la miel, así que ahora me enfrentaré a las balas», le escribió a su hermano John en una carta. La miel, por resumir, había que buscarla en Nueva York, ciudad en la que empezó a trabajar como modelo para 'Vogue', y en el París de entreguerras, donde Miller fue modelo de Picasso, musa y compañera de Man Ray y Penrose, y acelerante creativo de las vanguardias. Se codeó con Paul Eluard, Max Ernst y Joan Miró y acortó distancias entre arte, moda y periodismo, pero no tardó en voltear la cámara y saltar al otro lado del objetivo. «Prefiero hacer una fotografía que ser una de ellas», dijo antes de fundar su propio estudio y convertirse en pieza clave de la fotografía del siglo XX. Ahí estaban, a la vuelta de la esquina, las balas. Los escombros del 'blitz', las playas de Normandía, la liberación de París y la bañera de Hitler. Detrás de las balas, la tragedia. La atrocidad nazi, los campos de concentración. «Les suplico que crean que es verdad», telegrafió tras entrar en Dachau y Buchenwald y fotografiar los hornos crematorios, las pilas de cadáveres, los prisioneros en los huesos… El surrealismo, decía, la ayudó a soportar tamaño horror, pero en cuanto volvió a su casa de Sussex colgó la cámara (aunque nunca dejó del todo de retratar; que se lo digan sino a Tàpies y Miró), enterró casi todo aquello en el desván y se entregó en cuerpo y alma a la cocina. A casi ocho décadas de todo aquello, y después de que su hijo encontrase en 1978 cerca de 60.000 negativos escondidos en un altillo, Miller sigue reivindicándose como una de las fotógrafas imprescindibles del siglo XX. Como tal se presenta a partir de este domingo en Palafrugell (Girona) en una de las exposiciones estelares de la Bienal de Fotografía Xavier Miserachs, cita que llega a su XIII edición con muestras dedicadas a Colita, Carlos Pérez Siquier, Toni Catany y Jacques Léonard, entre otros. 'El deseo de libertad', la primera gran retrospectiva dedicada íntegramente a Miller en España (en 2018, la Fundación Miró la hizo dialogar con los grandes popes del surrealismo), repasa a través de sesenta fotografías todas las facetas de una artista que está a punto de dar el salto al cine de la mano de Kate Winslet. Ahí están, hasta el 13 de octubre, la moda, el surrealismo, el retrato y la guerra. También los escalofríos de la posguerra, con la ejecución del primer ministro de Hungría, Laszlo Bardossy, en 1946, y el escarnio a las mujeres acusadas de haber colab0orado con los nazis en Rennes. Todas las vidas de Lee Miller, resumidas en medio centenar de instantáneas de gran relevancia testimonial e histórica. De Colita, fotógrafa barcelonesa fallecida a finales del año pasado, la bienal presenta un amplio recorrido por toda su carrera, de la Barcelona de la Transición a la Nova Cançó y del flamenco al cine, en su primera exposición en Cataluña después de su muerte. Una muestra en la que aún tuvo tiempo de participar (suyo es el título, 'Para un roto y para un descosido', y parte de la selección) y que alterna algunas de sus imágenes más icónicas y reconocibles (Serrat en Llofriu, Orson Welles en Cardona, los novios en el cementerio) con material inédito o poco visto. Las fotografías en color de los años sesenta de Carlos Pérez Siquiera en el barrio almeriense de La Chanca; las postales mediterráneas con textos de Josep Pla de Toni Catany; la memoria estival de los Roig, empresarios textiles de Terrassa que veraneaban en Llafranc en los años cuarenta; y la selección de niños leyendo y jugando de Jacques Léonard completan el itinerario expositivo de un certamen que se celebra en espacios de la localidad como La Bóbila, el Museu del Suro. Can Mario y la Fundació Josep Pla.