Más allá de lo que digan las cifras oficiales de aceptación popular, o del exilio contrastado de miles de parisinos a sus destinos de vacaciones, resulta complicado poner en cuestión el apoyo de los franceses a los Juegos y a sus deportistas. Da igual la sede o la disciplina, porque en todas se observa lo mismo: gradas repletas, teñidas mayoritariamente de azul y volcadas en aupar hasta la medalla a los participantes locales. «¡Allez les Bleus!» es el grito más socorrido. Basta que un solo aficionado lo lance para que en cuestión de segundos se convierta en un cántico coral. Ocurre lo mismo con 'La Marsellesa' . Himno oficial, pero también resorte motivador cuando las cosas se tuercen en la pista. Y todo ello aderezado con camisetas, bufandas, pelucas tricolores y cartones gigantes con los rostros de cualquier judoca o esgrimista que defienda la República. Y si la cosa decae, ahí están los 'speakers', que ya tienen cogido el gusto artístico de la gente y saben exactamente qué tecla tocar y cuándo para levantarlos de los asientos. Los clásicos franceses de los setenta resultan infalibles. Lo bueno para Francia es que todo ese apoyo popular se está viendo refrendado en las pistas y pabellones por sus deportistas. El lunes, Francia terminó la jornada con ocho medallas, la cifra más alta en un solo día desde los Juegos de 1924, hace un siglo exacto. Y al cierre de esta edición, la delegación local era cuarta en el medallero con 17 preseas (5 oros, 8 platas y 4 bronces). Japón, China y Australia permanecían por delante, aunque en número absoluto de medallas únicamente Estados Unidos, con 24 podios en total, mejoraba sus números. Francia ha caído rendida al llamado 'efecto anfitrión', en el que el país organizador consigue por ensalmo un aumento casi instantáneo del rendimiento de sus deportistas. Es lo que le ocurrió a España en Barcelona 92, donde creció hasta las 22 medallas después de haber sumado solo 4 en Seúl 88. Y es lo mismo que en los últimos años han vivido también, en mayor o menor medida, Japón (de 41 a 58 en 2020), Gran Bretaña (de 49 a 65 en 2012) o China (de 63 a 100 en 2008). Solo Brasil, que en Río logró 19 preseas por las 17 de Londres 2012, queda al margen de este factor diferencial en las últimas citas olímpicas. Hoy, mientras España empieza a echar cuentas para ver si aún es factible el objetivo que se había marcado de superar los Juegos de casa, en Francia nadie duda de que dejarán muy atrás las 33 medallas logradas en Tokio 2020. En su caso tendrán más difícil superar su récord absoluto, pues de los Juegos de 1900, también celebrados en París, se marcharon con un centenar de metales. Pero sí tienen a tiro las 43 obtenidas en Pekín 2008, la segunda mejor marca de siempre y tope en el siglo XXI. El éxito deportivo en Francia , incuestionable, contrasta con los reveses organizativos que viene sufriendo la cita olímpica desde la Ceremonia de Inauguración. Ese día la lluvia jugó una mala pasada que evidenció la falta de previsión de los responsables del evento. Solo había una grada cubierta para autoridades en los Jardines de Trocadero, pero ni siquiera eso evitó que los mandatarios de medio mundo se mostraran al mundo envueltos en unos chubasqueros de plástico transparente. Misma situación vivieron los periodistas -a la intemperie y sin medios para poder trabajar en condiciones- y el grueso de los espectadores, tanto los agolpados en las orillas del Sena como los que se instalaron en el escenario principal. Y eso, habiendo pagado entrada a precio de oro olímpico. Con todo, lo peor fue la desbandada de los deportistas hacia la Villa Olímpica una vez el barco del desfile les había dejado en tierra. Muchos decidieron no quedarse a ese tramo final, en el que Thomas Bach, presidente del COI, y Tony Estanguet, responsable del Comité Organizador, leyeron sus discursos antes de que se iniciara la ceremonia del encendido del pebetero en el Jardín de las Tullerías, donde permanece desde entonces. Que la meteorología no está acompañando es una obviedad. Pasada la lluvia, París ha caído rendida a un sol abrasador que convierte en insoportable la estancia en cualquiera de las gradas desmontables colocadas en la mayor parte de las sedes al aire libre. Arrecian los abanicos y los paraguas, ahora para protegerse del sol, mientras las fuentes de los alrededores del Grand Palais o los Inválidos se llenan de turistas con ganas de mojarse los pies y de echarse la siesta a la sombra. Las previsiones apuntan a que las altas temperaturas continuarán en los próximos días. Eso sí, acompañadas por tormentas severas. De confirmarse, esa combinación podría ser letal para la celebración del triatlón, al menos como estaba ideado originalmente. Es otro de los grandes puntos negros de la organización, que se gastó 1.400 millones de euros para limpiar y reacondicionar el río Sena sin que hasta ahora haya servido de mucho. Tras cancelarse dos entrenamientos, ayer tuvo que ser retrasada un día la prueba masculina después de que las lluvias de la semana pasada hayan empeorado la calidad del agua. «No ofrecen garantías suficientes para permitir la celebración del evento», declararon desde el Comité Organizador de París 2024 y la Federación Mundial de Triatlón tras el último análisis del agua, realizado en la madrugada del martes y con los atletas en vilo por si podrían competir o no. La situación se ha vuelto tan crítica que no se descarta convertir la prueba olímpica en un duatlón, solo con un recorrido en bicicleta de 40 kilómetros y una carrera a pie de 10. La polémica sería mayúscula. No es el único frente abierto. Aún colea el desastre organizativo y las fallas de seguridad que afectaron al Argentina-Marruecos de fútbol masculino, celebrado en el Estadio Geoffroy-Guichard de Saint-Étienne, donde una veintena de espectadores invadieron el terreno de juego y obligaron a suspender el encuentro durante dos horas. Pese a ello, el prefecto del departamento de Loira calificó el incidente de «alegre» y «festivo», lo que provocó la indignación de la delegación argentina.