Durante el siglo XIX maduraron en Europa el realismo y el naturalismo, movimientos literarios ad hoc para acompañar las miserias de los más desfavorecidos. Eran los tiempos de la industrialización y el ascenso de la burguesía. España no escapó a estas corrientes. La introductora del naturalismo en nuestro país fue la escritora gallega Emilia Pardo Bazán (1851-1921), discípula aventajada del francés Émile Zola.
Doña Emilia –nacida en el seno de una familia noble: tras la muerte de su padre heredaría el condado– elevó la prosa gallega a un paraíso de hondura y exquisitez. Fue una de las mujeres más instruidas de su tiempo, con una cultura incomparable: ha- blaba fluidamente inglés, francés y alemán y poseía una nutrida biblioteca. Sus libros preferidos eran El Quijote, La Ilíada, las Vidas Paralelas de Plutarco y la Biblia. Su infancia transcurrió en un entorno idílico, entre el Pazo de Meirás, a las afueras de La Coruña, y la casa familiar de Sanxenxo.
Una faceta esencial para entender su figura fue su feminismo militante, que le llevó a dirigir la revista Biblioteca de la Mujer. Llegó a ser, además, la primera mujer en dirigir la sección de Litera- tura del Ateneo de Madrid. En su vida privada, mantuvo una intensa relación amorosa con Benito Pérez Galdós.
Entre su extensa obra cultivó la narrativa, el teatro y el ensayo. Sus novelas se caracterizan por las profusas descripciones de personajes y paisajes, como en Los pazos de Ulloa, La madre naturaleza o Memorias de un solterón. Una de sus obras más conocidas fue una compilación de artículos sobre crítica literaria, La cuestión palpitante (1883), síntesis de sus intereses naturalistas. Falleció en Madrid en 1921, a la edad de 69 años. En 2012, vio la luz su inédito Aficiones peligrosas, un folletín escrito a los 13 años en el que se traslucen ya algunas de sus inquietudes literarias.