Si naces en Cantabria, hay muchas posibilidades de que en el colegio te animen a participar en una actividad relacionada con el agua. Virginia Díaz (El Astillero, 1991) casi no tuvo otra opción: un profesor la vio manejarse y le dijo que tenía muy buenas aptitudes para el remo. Desde allí, crecimiento físico y mental porque a veces no se creía capaz de alcanzar grandes metas. Pero fue diploma en Tokio 2020 (con Aina Cid) y está en París 2024 tras un largo recorrido de disciplina, muchas horas en remojo, un oro europeo (Lucerna 2019), una carrera de Enfermería, en marcha la de Medicina y opciones de podio en el scull individual (también llamado skiff). Es decir, Díaz contra el mundo. –¿Cómo está? –Tanto a nivel físico como a nivel técnico estoy en mi mejor momento. He evolucionado mucho. Cambié de modalidad (compartió dos sin timonel en Tokio 2020 con Aina Cid), pero del primer año a este tercero he mejorado bastante. –¿Cómo es la relación con el bote cuando es individual? –En equipo hay que compaginarse muy bien, pero aunque vayas solo, también tienes que encontrar tus sensaciones con el bote. Hay que pasar muchas horas para encontrar ese buen punto con el bote y con el agua. No solo es una adaptación física, hay que sentirlo para tener una eficiencia máxima durante los dos kilómetros que dura la prueba. –¿Y cómo se gestiona no ver la meta, tenerla a la espalda? –Es un deporte que, precisamente por eso, la cabeza funciona mucho, porque remamos hacia atrás y cuando competimos no ves al primero. Te tienes que girar a un costado para saber las referencias. Siempre tienes una estrategia: hay que gente que empieza muy rápido, y otros que empujan al final. Y ahí la cabeza es muy importante, para seguir tu plan. –¿Por qué? –Porque las estrategias son diferentes y adaptadas a ti. Somos diferentes fisiológica y mentalmente. Hay gente que sale muy rápido y aguanta. Yo suelo ir de menos a más. Por eso es importante estar fuerte de cabeza, porque tienes que concentrarte en tu plan, sin dejarte arrastrar por los demás. Que son dos kilómetros, que tienes que continuar hasta la última palada. –¿A veces es una carrera contra ti misma? –Hay un poco de estrategia porque ves la distancia que hay con los rivales, pero tienes que seguir tu plan porque tú compites de una manera diferente a los demás. No te puedes dejar influir por los nervios por lo que harán los demás. No puedes perder demasiado tiempo en los demás. Solo en saber dónde estás situado. Y con los años ya sabes prácticamente dónde están los demás. Echas un ojo, pero ya no tienes que girar constantemente la cabeza. En los últimos metros sí que se nos va un poco más la cabeza, pero intentamos mantenernos dentro de nuestro bote, en tu calle, en tu sensación. Porque eso es lo que hace ir más rápido. –¿En los últimos metros ya es dejarse todo, sin estrategia ni nada? –El subconsciente a veces te hace tener pensamientos durante la regata. Nosotros hacemos un esprint de salida y luego bastante tiempo en ritmo estable, y hay que aumentarlo al final. Y en esos momentos ya no cabe pensar, sino exprimirte y dar tu cien por cien y aguantar esa sensación del ácido láctico, la respiración. Esa sensación sabes que va a estar, pero tienes que seguir hasta la última palada. –¿Cuenta las paladas? –Es una de las cosas que hacemos los remeros para evadirnos del dolor. Cuando estás en un momento de sufrimiento, tu mente va a otra cosa para no centrarte en ese dolor. Y a veces, sí, me da por ir contando las paladas. –¿Cómo se queda el cuerpo al terminar esos dos kilómetros? –Al remar movemos todo el cuerpo por el carro (no es fijo, sino móvil), y más que los brazos, la carga está en las piernas. Hacemos mucha fuerza con esa parte del cuerpo. Donde más notas el ácido láctico es en las piernas; se nos contaminan y duelen.