Dicen que los seres queridos nunca se van del todo si todavía les seguimos recordando y eso es lo que le ocurre a
Rafa Nadal cuando pisa la arcilla de
París. Un lugar donde se hace eterno y en el que jamás será olvidado. Por eso tiene una estatua a tamaño real en la puerta de la pista. Y quizás, tenerle en pista es suficiente motivo para empezar a disfrutar de su presencia más allá del resultado final. Por eso, la decisión de abandonar el cuadro individual para centrarse en el dobles era demasiado dolorosa y saltó a la arcilla parisina con un extra de motivación para demostrarse que todavía tiene mucho para ofrecer. Superó en un duelo muy ajustado al húngaro
Marton Fucsovics por 6-1, 4-6, 6-4.
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