Pawo Choyning Dori fue el primer director butanés en ser nominado al Oscar; ahora sigue contando la historia de este desconocido país asiático en 'El monje y el rifle'
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Pocos podrían colocar en el mapa a Bután, un pequeño país asiático situado entre India y China con apenas 800.000 habitantes. Es un lugar casi desconocido, escondido a las grandes masas y con sus propias leyes. Para los cinéfilos, Bután apareció en su radar hace un par de años, cuando en la categoría del Oscar a la Mejor película internacional se coló Lunana, un yak en la escuela, una semidesconocida película que lograba el hito histórico de ser el primer filme butanés que lograba la nominación. Lo dirigía Pawo Choyning Dorji, fotógrafo y cineasta de Bután, que había viajado por el mundo al ser el hijo de un diplomático y que había decidido contar la vida y la historia de aquel país tan secreto para el mundo.
Lunana colocó Bután en el foco, y aunque aquella nominación pusiera a su director en el punto de mira de Hollywood, decidió llevar a cabo la historia que ya le rondaba la cabeza y que tenía de nuevo lugar en su país. Un país que vivió un hecho excepcional en 2006, ya que hasta entonces no había existido la democracia, sino una monarquía absolutista. Tampoco hacía mucho que por primera vez había llegado la televisión e internet.
Bután abría sus puertas y Pawo Choyning Dori decidió que aquella historia tenía una película. La cuenta en El monje y el rifle, que recupera los momentos previos a las primeras elecciones. A los butaneses se les debía enseñar a ejercer su derecho al voto, por lo que se organizó una votación falsa que terminó de forma sorprendente, ya que la mayor parte de butaneses optaron por el partido monárquico que quería mantener el estatus quo que les había dominado hasta entonces.
El cineasta se acuerda de un dicho de su país para explicar cómo vivió aquel momento histórico. “Nunca verás tus pestañas porque están demasiado cerca de ti mismo. Creo que mi situación, al ser de Bután pero también un forastero por haber crecido fuera, en Europa y en EEUU, hizo que pudiera ver mis propias pestañas. Pude observar esta sociedad en cambió y en transición. Me pareció muy interesante cómo fuimos el último país en permitir la televisión, cómo fuimos el último país en conectarnos a internet. Cuando un cambio es abrupto, el impacto del cambio también lo es. Todo lo que ves en la película es algo que vi. Me he inspirado mucho en hechos reales y la elección simulada ocurrió y ganó el partido amarillo”, dice el cineasta en una videollamada desde un templo butanés.
Para Pawo el tema de la democracia es “universal”, por eso el filme ha conseguido ser distribuido en casi todos los países. De la mirada del cineasta se desprende cierta crítica a una colonización occidental, como si el progreso fuera definido por las políticas occidentales y nunca se hubiera preguntado a los butaneses cómo hubieran querido hacer las cosas. “Creo que hay un error, y es que estamos confundiendo los términos modernización y occidentalización. Usan este último como si eso fuera sinónimo de democracia, y por tanto para desarrollarnos como país moderno tenemos que hacer lo que hace occidente. Los butaneses teníamos que convertirnos en una democracia, porque teníamos que convertirnos en un país moderno, pero esta película quiere explorar si en la búsqueda de eso que necesitábamos también perdimos algo”, reflexiona.
Creo que hay un error, y es que estamos confundiendo los términos modernización y occidentalización
Establece también ese contraste con la llegada de la televisión en una escena donde todo el pueblo se reúne para ver películas de James Bond y acaban embobados. La colonización de EEUU y occidente entrando a través de la pantalla. “El arte tiene muchísimo impacto, y el cine es una de las formas de arte más fuertes e influyentes. Me di cuenta de primera mano con Lunana, una pequeña película sobre uno de los pueblos más aislados del mundo que tiene un impacto global, y eso me hizo pensar en cómo la llegada de la televisión puede afectar a Bután. Una sociedad tan aislada en la que había monjes que nunca habían visto antes un arma y por primera vez lo ven en una película de James Bond”.
Abrirse a Occidente también significa abrirse al turismo, y Pawo confirma que es así, pero que están teniendo “un enfoque muy cauteloso al respecto”. “Bután no permitió el turismo durante muchas, muchas décadas. Pero cuando lo permitieron, fue una política que prefirió primar la calidad sobre la cantidad. Se puso un impuesto al turismo, como de 250 dólares por día, y eso ayudó a controlarlo. Pero tras la Covid, la industria del turismo ha sufrido drásticamente y ahora se ha reducido a 100 dólares por día”, dice del enfoque de su país al respecto.
Todo ese aperturismo cree que ha provocado una pérdida de la inocencia de la gente, y pone un ejemplo que se ve en el filme, y es su relación con los símbolos fálicos, que eran un símbolo tradicional en Bután. “En Bután, cuando era un niño veía falos por todas partes, En las casas, en las tiendas, en los edificios… pero cuando comenzamos a modernizarnos perdimos la inocencia, y nos volvimos más educados, más occidentales, y el falo se convirtió en una causa de inhibición y comenzó a avergonzarnos. Pensábamos en lo que pensarían de nosotros los países occidentales por adorar un falo. Pensarían que somos gente primitiva. Ahora, ya no hay falos más allá de alguna tienda donde la gente gana dinero vendiéndolos, por eso lo he introducido en mi película, para recordarle esto a la gente”, zanja.
También le preocupa perder esa inocencia como director. Cree que rodar en Bután le ha ayudado a “mantener los pies en la tierra”, pero también empieza a barruntar la idea de rodar algo fuera del país donde ha nacido como cineasta.