Simone Biles es otra cosa. Y es difícil de explicar porque se puede hablar de movimientos, de giros, de flip, de carpados y de nombres técnicos, pero cuesta más ilustrar la capa de superioridad que luce en cada actuación. Sin quererlo, que por otro lado es mortal, tiene sus dolores en el tobillo, comparte sonrisas con sus compañeras, se concentra y calienta como las demás, pero a la hora de poner un pie en el tapiz, no puede dejar de ser extraordinaria. Por lo que hace y por cómo lo hace. Ejercicios de gran dificultad que pocas consiguen, por no decir casi nadie, tampoco entre los chicos. Cotas de altitud y fuerza difíciles de emular. Al espectador le puede impresionar ya a través de la pantalla, pero se distingue mucho más la distancia que existe entre ella y todas las demás cuando se observa uno de sus actuaciones en directo. En el Arena Bercy, 15.000 butacas en pie, emocionadas cuando la han visto salir, saltar, girar y saludar, Biles ejecuta una ronda clasificatoria en la que no se le han visto ni los fantasmas de Tokio ni que la edad haya pasado factura en su contra. Al contrario, más fuerte y más liviana a la vez, más valiente y más Biles que siempre y que nunca, porque se ha atrevido con saltos que apenas se han visto y ha guardado fuerzas para las finales. Así ha sido su espectacular regreso a una competición olímpica: Con dolor en un tobillo, que no le ha impedido sin embargo conseguir las mejores notas en lo que ha querido, y con diferencia. Un 15.800 en salto, 14.733 en barra de equilibrios, 14.600 en suelo. Solo por detrás de su compañera Sunisa Lee en asimétricas (14.433) para una puntuación total de 59.566. «Ha sido bastante impresionante, no perfecto, así que incluso puede mejorar», decía la seleccionadora estadounidense, que también ha quitado algo de importancia al dolor que sufrió Biles tras el ejercicio de suelo: «Ha sentido algo en la zona del gemelo. Lo hemos vendado. Es algo que sintió hace dos semanas, pero después paró. Ha vuelto el dolor ahora un poco, se encontró mejor después».