“Quiero que mi papá vuelva”, dijo un niño pasadas las 22 horas bajo la lluvia de Mérida, Venezuela. Lo gritó por la ventanilla del auto en el que iba la líder opositora venezolana María Corona Machado en uno de los cierres de campaña al interior del país. Una petición sincera e inocente que refleja el mayor deseo de un pueblo: que después de años y kilómetros de distancia las familias puedan reencontrarse.
Las llamadas “trascendentales” elecciones de este 28 de julio en Venezuela efectivamente son de mucha relevancia para América Latina. Principalmente, porque la fuerte migración venezolana, esos más de 7,7 millones de personas que salieron del país por la crisis política, económica y humanitaria, preocupan a los líderes latinoamericanos.
¿Qué les preocupa exactamente? Que esa cifra aumente.
Y yo no puedo dejar de pensar en que muchos niños, niñas y adolescentes venezolanos crecimos rodeados de hermanos colombianos, peruanos, chilenos y una variedad de nacionalidades europeas que llegaron y aportaron al desarrollo del país antes de que se instalara el régimen. Pero a pesar de eso, la palabra xenofobia la conocimos cuando fuimos nosotros los que necesitamos emigrar y salir de nuestros hogares.
Sin perjuicio de lo anterior, los comicios de este domingo son de vital importancia. Muy importantes para el restablecimiento del Estado de derecho de un territorio profundamente golpeado por las malas y egoístas decisiones de los líderes políticos que han gobernado en las últimas dos décadas. Primero, Hugo Chávez, un militar que encabezó un fallido intento de golpe de Estado que años más tarde llegó al poder por el voto, ganó el corazón de las clases populares con su carisma y avances en Educación, Salud y Vivienda, pero rápidamente la evidente sed de poder y la obsesión de enfrentar a los “yanquis” condenó al país a una serie de conflictos diplomáticos y una profunda crisis económica.
El legado del Chavismo fue concedido a Nicolás Maduro, quien intentó -todavía lo sigue haciendo -, aferrarse a ese capital político que le dejó su predecesor antes de morir. Sin carisma y una evidente falta de oratoria, en 11 años de gobierno Maduro acumuló varios “logros”: desplomar la economía, profundizar la pobreza y graves violaciones a los derechos humanos, además de conseguir que Venezuela se convirtiera en el primer país de América Latina en ser investigado ante la Corte Penal Internacional por crímenes de lesa humanidad.
Así es como hoy, incluso en barrios como Petare -considerado el más grande de Latinoamérica-, donde reinaba el Chavismo, se espera que los votos de este domingo sean en su mayoría para Vente Venezuela, partido político del candidato Edmundo González.
Todas las encuestas y sondeos han posicionado a González como el triunfador de las elecciones. “La esperanza se siente en cada esquina, pero también hay mucho miedo de lo que pase el domingo”, me han dicho todas las personas de Caracas con quienes he conversado estas últimas semanas.
Con mucha esperanza y un poco de miedo acudirán a las urnas este 28 de julio millones de venezolanos. La ciudadanía de oposición sigue acechada por el temor de que se repita la gran desilusión del 2012, pues fue ese año que Henrique Capriles perdió ante Nicolás Maduro por 233.935 votos, la victoria más estrecha del oficialismo. Un proceso electoral que por cierto fue cuestionado por los disidentes al gobierno debido a las escasas garantías de transparencia y legitimidad que daba el Consejo Nacional Electoral (CNE), que estaba -y sigue- dominado por el chavismo.
La diferencia entre los comicios de hace más de una década con los de este domingo es que la brecha entre los candidatos es, según las encuestas ClearPath Strategies, Delphos, Consultores 21, More Consulting y ORC, de más de 20 puntos a favor de Edmundo González, quien ha recibido todo el respaldo de María Corina Machado -líder opositora que enfrentó en el Congreso Nacional al fallecido Hugo Chavez por su política de expropiación-. Asimismo, la presión internacional nunca había sido tan fuerte e incluso presidentes como Lula (Brasil), que fue un gran aliado del propio Chavez, han expresado sus reparos por el proceso electoral venezolano tras las amenazas de Maduro: “Si no quieren que Venezuela caiga en un baño de sangre (…) garanticemos el más grande éxito (…) de la historia electoral de nuestro pueblo”.
Sea cual sea el resultado del domingo, Venezuela encabezará los titulares y será el protagonista de los análisis internacionales por un par de semanas. Espero que sea para debatir respecto a cómo enfrentará este país nuevos desafíos, ante un abanico de posibilidades que se abriría solo para un eventual ganador.
Este 28 de julio todo puede pasar. Mi teoría es que puede ser la consolidación de una dictadura o el fin de un régimen. Dependiendo del triunfador, el fin de este proceso electoral puede significar el comienzo del restablecimiento del Estado de derecho, el funcionamiento de la institucionalidad venezolana, de la justicia y la democracia plena. El resultado puede dar pie al retorno de millones de compatriotas repartidos por el mundo o la continuación del éxodo.
Después de este fin de semana los reencuentros de amigos y familiares podrían empezar a planificarse o podrían seguir sumandose mares, selvas y desiertos de división entre seres queridos. Decidir irte lejos de los tuyos es difícil, aún más cuando sabes que afuera te espera soledad, mucho frío o calor, hambre y pocas manos fraternas en el camino, de esas que no les faltaron a nuestros hermanos de América Latina y Europa cuando llegaron a nuestro territorio.
Lo único certero es que la oportunidad de que Venezuela deje de estar gobernada por la corrupción, el odio y la incapacidad de sus líderes es ahora. Por eso, con muchas más esperanza que miedo, este domingo venezolanos y venezolanas votarán por el cambio.