La última semana de julio marca una especie de fin de curso, el balance de un año cumplido navegando por el papel y en la invisible red que nos conecta con el mundo y nos aísla de la palabra, la caricia, la mirada del otro. Una especie de Nochevieja de lunas rojas, atardeceres encendidos en naranja, el perfume de la dama de la noche desparramándose por las enredaderas, los amaneceres junto al agua, al pie de la montaña, de la piedra, bajo una Vía Láctea vestida de plata que guía a los peregrinos a ninguna parte. Agosto marca el tiempo del descanso, el mes sin columnas y casi sin chicha, la desconexión de lo cotidiano, los madrugones, la luz blanca,...
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