La conmemoración de un nuevo aniversario patrio es un momento propicio para reflexionar sobre los ideales de nuestra independencia y las bases de la República. Es una oportunidad para rendir homenaje a nuestra querida tierra y redescubrir el sentido profundo de nuestra identidad.
Si bien proclamamos la independencia del Perú el 28 de julio de 1821, la declaración de independencia fue una promesa, la expresión de una voluntad que se materializaría tres años más tarde, el 9 de diciembre de 1824, en la batalla de Ayacucho. Sin embargo, derrotamos militarmente a la corona española, pero mantuvimos la mentalidad colonial. . Esa es la deuda que tenemos con nuestro país, cumplir la promesa de ser verdaderamente independientes y de emprender nuestro propio camino al desarrollo. Sin calco, ni copia, como dijo el amauta Mariátegui.
En esa perspectiva, me permito hacer algunas reflexiones:
Uno. Después de 200 años de vida republicana, no hemos logrado salir del nivel de país exportador de materias primas. El Perú tiene oportunidades de desarrollo a través de la innovación tecnológica aprovechando, por ejemplo, la construcción de los Centros de Innovación Tecnológica – CITE, creados en diversas regiones del país para darle valor agregado y calidad a la producción nacional, así como impulsar la diversificación productiva; el desarrollo de la industria naval a través del fortalecimiento de las capacidades del SIMA que ahora viene construyendo lanchas patrulleras estratégicas, que construyó el BAP Unión, los PIAS y los buques multipropósitos, los cuales han servido enormemente para la acción civil, así como está capacitado para realizar trabajos de mantenimiento profundo de submarinos, entre otros; el fortalecimiento de las capacidades del sector aeronáutico a través del servicio de mantenimiento de la FAP, que ha venido construyendo aeronaves de uso militar y que ya se encuentra en capacidad de construir aeronaves de uso comercial.
Dos. El Estado no ha sido capaz de administrar eficientemente nuestro territorio y nuestros recursos con la población. Una franja costera sobrepoblada en permanente estrés hídrico, que alberga al 60% de peruanos, que vive tan solo con el 2% de las reservas de agua dulce de nuestros glaciares alto andinos, frente a una región amazónica que recoge el 98% de las reservas de agua dulce. Este problema hace que el esfuerzo del Estado por irrigar los desiertos costeros y ampliar la frontera agrícola sean proyectos onerosos que benefician principalmente a las grandes empresas, regresando a situaciones similares a la época previa a la reforma agraria.
El Perú tiene la oportunidad de equilibrar el desarrollo en las diferentes regiones del país. Para esto, el Estado debe crear oportunidades a través del fortalecimiento de los mercados internos, continuando con proyectos de infraestructura vial al nivel de la Longitudinal de la Sierra, la red dorsal de fibra óptica, la creación de aeropuertos regionales, el desarrollo de vías fluviales, el acceso a internet de calidad, entre otras políticas de infraestructura, seguridad y servicios de calidad que confirme la presencia del Estado y construya un correcto ordenamiento territorial y poblacional.
Tres. La Educación ha sido la gran deuda del Estado hacia sus hijos. Pese a los esfuerzos por sacar adelante una Carrera Pública Magisterial meritocrática, por generar en los jóvenes, mayores y mejores oportunidades en sus estudios, dándoles universidades e institutos licenciados, con miles de becas integrales nacionales y extranjeras y que han cambiado la vida de miles de familias peruanas; pese a la constante y justa capacitación y estímulo hacia el docente; a la construcción y mantenimiento de los colegios a nivel nacional; pese a todo eso, hemos entrado en una contrarreforma educativa que asfixia todos los esfuerzos por darle una esperanza a nuestros niños, niñas y jóvenes.
Cuatro. No hemos logrado construir y consolidar la institucionalidad en el país. La falta de institucionalidad genera inestabilidad política. Como en el pasado, la improvisación y el abuso son características de nuestra relación con el Estado. Un sistema democrático de calidad se debe sostener en instituciones como los partidos políticos, los organismos electorales, entre otros, y en una clara independencia de poderes. Sin embargo, nuestro sistema político se caracteriza por el caudillismo y el corporativismo, con grupos empresariales que ponen a sus representantes en la política, particularmente en el Congreso y en otras instituciones del Estado. Los aventureros en política no solo no respetan las débiles instituciones, sino que las sabotean por intereses subalternos. De tal manera que, por ejemplo, desde el año 2016 no hay un solo presidente de la República que haya concluido su mandato constitucional. Por otro lado, el fenómeno del transfuguismo se ha vuelto irónicamente en una institución dentro del Congreso.
El Perú debe continuar con políticas públicas orientadas al fortalecimiento de instituciones y construir políticas de Estado que trasciendan a los gobiernos, como fue la política nacional de inclusión social, materializada en la creación de un ministerio, que construyó una estrategia nacional de inclusión y más de 30 programas sociales de primera y segunda generación, dirigidos a generar oportunidades reales para la gente e incluir a millones de peruanos en el desarrollo nacional. Se construyeron igualmente políticas multisectoriales en todo el Perú, que lograron la reducción sustantiva de los índices de pobreza y pobreza extrema, sobre todo, en el área rural.
Políticas públicas como, por ejemplo, el acceso universal al Seguro Integral de Salud-SIS y el intercambio prestacional entre este y Essalud, que permitió a todos los peruanos una atención rápida y que a partir del 2017 fue cercenado. El impulso a la atención primaria y programas como el Plan Esperanza para el despistaje oportuno de enfermedades oncológicas, así como el tratamiento integral de pacientes ya detectados, entre otros. Lo que ha sufrido un retroceso constante, desarmando proyectos que solo necesitaban ser fortalecidos y masificados.
Cinco. El país nunca logró salir de la informalidad. No es solo la informalidad de nuestra economía, la informalidad es la forma de subsistir de la mayoría de familias peruanas. La informalidad debe ser entendida en un contexto integral, como la expresión de un capitalismo emergente. El Estado no debe darle la espalda y abandonarlos y, menos, tratarlos como delincuentes. Justamente, el rol del Estado y sus instituciones debe ser canalizar la informalidad, a fin de integrarlos a la economía formal, respetando sus procesos.
Por último, es urgente la necesidad de reorganizar el Estado, de tal manera que pueda incluir a todos como requisito para avanzar hacia el objetivo de ser un país desarrollado, con niveles importantes en materia educativa y de salud, permitiendo a los jóvenes poder desarrollarse en su tierra y no optar por migrar hacia otros países, como los recursos naturales que exportamos.