Empiezo con la condena de rigor hacia todo tipo de violencia, sea a quien sea. A esto añado mi repudio absoluto hacia el uso político de cualquier atentado contra la vida y propiedad de las personas. Visto con perspectiva, y habiendo cumplido con la educación y el liberalismo que me conduce, el atentado contra Donald Trump tiene un encaje perfecto en la campaña electoral del Partido Republicano. Así se lo ha tomado su equipo de campaña desde el momento en el que el candidato salió vivo del mitin. Los cabezas de huevo del trumpismo pensaron en el aprovechamiento de la situación, contando además con una foto magnífica para ilustrar el relato.
No es que Trump sea un malvado, sino que convertir un ataque en una defensa poderosa que descompone al adversario es un truco común. A eso se le llama inteligencia electoral. Lo que importa es que cuadre el líder con el mensaje y la imagen, en el momento justo para conseguir la movilización de los propios. Si se consigue la alineación de esos elementos, la victoria está más cerca. La famosa foto de Trump ensangrentado, levantando el puño entre guardaespaldas, con una bandera ondeante en un cielo claro, es perfecta para esa alineación.
El trumpismo se fundamenta en un nacionalismo victimista y populista encarnado en una sola persona. Sus claves son sencillas: tradición y conservadurismo, religión y mundo rural, patriotismo y proteccionismo económico, que mezclado hace referencia a un mundo que se fue. Trump trabaja la nostalgia y la mezcla con el odio a los que cambiaron esa nación idílica. El candidato republicano se ha convertido en el portavoz del malestar de las clases medias y bajas, y les ha dado un enemigo al que se puede señalar y echar: el progresismo arrogante, con su ecologismo pijo que nada sabe del campo, el feminismo que desarticula los viejos valores y la familia tradicional, el globalismo y la inmigración que restan identidad nacional, con universidades woke que disfrutan despreciando a la América histórica, y medios que predican cómo debería ser el país, no cómo era. Es un choque que, por ejemplo, muestra J.D. Vance, elegido por Trump para ser su vicepresidente, en la novela autobiográfica ‘Hillbilly Elegy: memoria de una familia y una cultura en crisis’ (2016).
Las cosas se pusieron fáciles para Trump con la situación mental de Joe Biden. Esto es una ventaja circunstancial porque la presión para cambiar al candidato del Partido Demócrata es muy fuerte. Nadie quiere sustituirlo por la fortaleza del republicano, y su sustituta natural, Kamala Harris, no sale bien parada en las encuestas. Pero esto, decía, es una ventaja efímera si los demócratas apartan a Biden y construyen a otra persona para enfrentarse a él. El problema de Trump realmente es movilizar a los suyos, a los inscritos por el Partido Republicano, que son los que votan. La oposición interna ha sido fuerte. No gustan las maneras ni el histrionismo, sus malos modales y exageraciones. El republicano quiere ser de nuevo un partido serio y respetable, no la organización al servicio de una estrella mediática.
Este obstáculo es importante. La solución ha sido pactar con los moderados del republicanismo transmitir cierta alma y nombrar a gente de fiar. Esto explica el giro de Trump en las últimas fechas. No solo se controla sin perder personalidad, sino que ha nombrado a Vance, que era muy crítico con él. El elegido es ideal: hombre joven de origen rural y modesto, hecho a sí mismo, que pasó por el Ejército, lo que supone patriotismo, bien casado con una mujer que le impulsó a sacar Derecho en la Universidad de Yale, una de las más prestigiosas, y a escribir la novela que le hizo famoso. Pasa por ser el prototipo de norteamericano que quiere el Partido Republicano frente a los leguleyos y globalistas woke del Partido Demócrata.
El proyecto de Trump es para cambiar Estados Unidos completamente, hacerla «grande de nuevo», y por eso lo presenta como un plan lleno de enemigos que temen perder sus privilegios. Es aquí donde la foto tras el atentado, la que he descrito más arriba, encaja perfectamente en el relato de la campaña electoral. La instantánea parece darle la razón. Trump es tan peligroso, dicen, que quieren su muerte. Esto se alimenta, además, con las teorías de la conspiración, como pasó con el asesinato de JFK. Si el francotirador pudo disparar contra Trump, afirman, es que hubo un fallo de seguridad o una mal disimulada complicidad. Las conjeturas aumentan la figura de Trump como el héroe invencible, protegido por Dios, para salvar a América de sus enemigos.