Casi 30 años tuvieron que pasar para que los diputados reunieran los argumentos y los votos necesarios para censurar a otro ministro. Anna Katharina Müller, ministra de Educación, se convirtió en la segunda jerarca de la historia en recibir la máxima amonestación política que puede aplicar el Congreso.
Es posible que otros acumularan suficientes motivos en el pasado para recibir una reprimenda similar, pero ninguno aglutinó tanto descontento.
Por eso resulta tan significativo el hecho de que 33 legisladores de cuatro fracciones y una independiente se unieran para censurar a la titular del MEP.
La decisión no debiera extrañar, si se toman en cuenta los recurrentes cuestionamientos que ha recibido doña Anna Katharina a lo largo de su gestión.
Unos de sus mayores pecados ha sido, sin duda, recluirse en una isla amurallada, en momentos en que nuestra educación requiere un liderazgo fuerte y presente.
Problemas trascendentales como el apagón educativo, las brechas digitales, el bullying, el deterioro de la infraestructura y los recortes presupuestarios provocan gran inquietud.
Sin embargo, en sus escasas apariciones públicas, la ministra suele referirse a estos asuntos con frases esquivas que más bien alimentan la incertidumbre.
Así, por ejemplo, no ha habido fuerza humana capaz de lograr que revele la letra menuda de su misteriosa Ruta de la Educación.
Transcurridos 26 meses de este gobierno, es inaudito que aún se desconozcan aspectos fundamentales, como metas, metodología, sustento técnico y cronograma.
Una estrategia clara, eficiente y medible es necesaria cuando los diagnósticos remarcan nuestro rezago educativo frente a las crecientes exigencias del mercado laboral.
“Cuando sea oportuno”, respondió la ministra la última vez que se le preguntó cuándo divulgará información tan importante para docentes, padres de familia y estudiantes.
Es posible que ella no cambie su postura después del voto de censura. De hecho, ya dijo que su futuro no depende de la Asamblea Legislativa, sino del presidente Rodrigo Chaves.
Sin embargo, es evidente que su credibilidad tocó fondo en el Congreso y que las soluciones siguen ausentes en los salones de clase. Tal vez sea momento de evaluar dar un paso al costado.
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El autor es jefe de información de La Nación.