No todas las prendas de ropa protegen igual contra las quemaduras por exposición al sol, y en algunos casos puede ser conveniente comprar prendas especiales
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Necesitamos la luz del sol para que haya vida en la Tierra, pero la radiación que nos llega del sol también tiene sus riesgos, especialmente en verano y en regiones más calurosas, donde es más intensa. Las personas de piel muy clara y en especial los niños necesitan una protección constante en verano.
Los rayos ultravioleta (UV) del sol aumentan el riesgo de padecer cáncer de piel, incluyendo el melanoma, que es el tipo más letal. La exposición prolongada a la radiación UV también puede provocar envejecimiento prematuro de la piel, como arrugas y manchas, así como daños en los ojos, incluyendo cataratas y otras afecciones oculares que pueden llevar a la ceguera.
Cuando pensamos en protegernos del sol, nos vienen a la cabeza las cremas con factor de protección solar (FPS) y sus niveles de protección más habituales: 20, 30 o 50. Sin embargo, el agua o secarse con una toalla puede retirar esta protección, lo que obliga a aplicarla de nuevo cada poco tiempo.
Pero protegernos del sol puede ser tan sencillo como bloquear los rayos con un obstáculo físico: una sombrilla, un sombrero, o también la ropa.
No todas las prendas de ropa protegen por igual de los rayos del sol. Por supuesto, cuanto más grueso sea el tejido, mayor será la protección, pero puede que ir por la calle con abrigo a 40 grados no sea una buena idea. Por ejemplo, el algodón y el lino, que son tejidos frescos empleados en la ropa de verano, solo ofrecen una protección limitada debido a que tienen un entramado más suelto. Lo mismo ocurre con los tejidos sintéticos que no tienen una malla tupida.
El sol puede “colarse” en los agujeros que dejan los hilos del tejido. La capacidad de un tejido para protegernos del sol se mide con el Factor de Protección Ultravioleta (FPU o UPF, por sus siglas en inglés) Muchas prendas de algodón solo ofrecen una protección equivalente a un factor de protección 5, lo que quiere decir que el tejido deja pasar un 1/5 de la radiación solar, es decir, un 20%.
Los tejidos con protección UV están diseñados para proteger la piel de los efectos dañinos de la radiación ultravioleta del sol, específicamente los tipos UVA y UVB, ya que la radiación UVC es mayormente absorbida por la atmósfera terrestre.
Estos tejidos funcionan mediante varios mecanismos. Uno de los principales es la densidad del tejido. Un tejido más denso y apretado permite que pase menos luz, reduciendo la cantidad de radiación UV que llega a la piel. Además, el tipo de fibra utilizado en la fabricación del tejido también influye en su capacidad de protección. Las fibras sintéticas, como el poliéster y el nylon, suelen ser más efectivas para bloquear los rayos UV en comparación con las fibras naturales como el algodón o la lana, ya que permiten tejer con hilos más finos y tupidos. El bambú es una excepción, ya que sus fibras ofrecen un alto nivel de protección.
Un factor de protección de 30 en una prenda indica que deja pasar 1/30 de la radiación, es decir, un 3,33%. Con un factor de protección 50, el máximo, solo pasa el 2% o menos.
Otro aspecto importante en la protección UV de los tejidos son los tratamientos químicos que se aplican durante el proceso de fabricación. Estos aditivos químicos están diseñados para absorber o reflejar la radiación UV, aumentando así la capacidad del tejido para proteger la piel. El poliéster tiene un anillo de benceno en su molécula que absorbe de por sí la radiación. Además, se pueden recubrir los tejidos con nanopartículas de dióxido de titanio u óxido de zinc, que actúan como filtros UV eficientes, y que también se usan en las cremas protectoras solares minerales.
Además de la densidad del tejido y los tratamientos químicos, el color del tejido también puede influir en su capacidad para bloquear los rayos UV. Las prendas de colores claros, de nuevo, más comunes en verano, dejan además pasar parte de la radiación a través de los hilos. Los colores más oscuros tienden a absorber más radiación UV, proporcionando una mejor protección en comparación con los colores claros.
Si no tenemos cremas protectoras, o no podemos (o recordamos) ser diligentes aplicándolas cada dos horas o cada vez que salimos del agua, las prendas protectoras solares pueden salvarnos de graves quemaduras. Las personas con piel muy clara o pecosa, o con muchos lunares, suelen ser más vulnerables. También lo son los niños, que tienen una piel más fina y sensible. Para los más pequeños, quemarse al sol aumenta el riesgo de padecer cáncer más tarde en su vida.
Las prendas protectoras también son adecuadas cuando vayamos a pasar mucho tiempo expuestos al sol, por ejemplo, practicando deportes acuáticos como el surf, o cuando estemos en alta montaña, donde además la atmósfera nos protege menos de la radiación ultravioleta del sol. A pesar de su capacidad de proteger la piel, estas prendas suelen ser ligeras, transpirables, frescas, de secado rápido y resistentes, tanto a los roces como a los lavados. Puede ahorrarnos mucho dinero en cremas solares, y muchos disgustos con las quemaduras.