Que esta legislatura iba a ser extremadamente difícil, tirando a inviable, lo sabía Sánchez desde que acabó el escrutinio de las elecciones de hace un año. Sin embargo, su júbilo al exclamar aquella misma noche «somos más», pese a que él en concreto había perdido, no se refería al Gobierno sino al poder. Y lo que le importaba era lo segundo. Sus cuentas tenían que ver con la investidura, el trámite fundamental para la reelección, y el resto ya se iría viendo toda vez que los resultados no permitían una moción de censura ni una mayoría alternativa. Sólo le hacía falta tragarse todas sus declaraciones sobre la inconstitucionalidad de la amnistía. Lo hizo sin problemas –tenía experiencia– y ahí está,...
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