Publicada hace unos meses por el sello Mediática, la primera novela de Rafael Florez-Estrada, El retrato de la muchacha de Flandes, ha experimentado un tránsito peculiar entre los lectores. Se trata, en primer lugar, de una novela de asunto que nos muestra un mural de época del siglo XIX, en donde los conflictos mundiales y regionales (a saber, la Guerra del Pacífico) son los escenarios por donde transitan personajes a la búsqueda de un nuevo futuro, como si persiguieran un ideal de vida en medio de las vicisitudes. Aquí, pues, se nos presenta un desmarque de lo que se viene escribiendo en Perú últimamente mediante narraciones más enfocadas en la dinámica contemporánea, que tienen al lenguaje y a la experimentación formal como ejes conductores. En segundo lugar, lo que gusta de la novela es su registro narrativo, escanciado de poesía y metáforas, las cuales sacan a la narración —común en novelas de asunto— de una veta meramente representativa. Estas son las señas que definen a la buena novela de Rafael Flórez-Estrada, quien se presenta en el mundo literario peruano como si fuera Edmundo Dantés.
“Siempre tuve la vocación por ser escritor, pero cuando estaba en edad de ingresar a la universidad, opté por estudiar Administración. Era la época del primer gobierno de Alan García. Era un desastre. Perú era un callejón oscuro sin salida. La verdad es que la vida me llevó por otros caminos, pero siempre tuve el bicho de escribir, de fantasear. Y me convertí en un lector muy voraz. He leído muchísimo”, declara el autor para La República.
Quizá en lo dicho por Flórez-Estrada se explique la contundencia narrativa de El retrato de la muchacha de Flandes: no tiene la carga narrativa que suele verse en autores con formación literaria. En sus páginas, el lector percibe una libertad, no solo para la descripción, sino también para la configuración de los personajes, cuyas acciones, más allá de estar inscritas en un contexto de época, son muy cercanas al lector contemporáneo.
“Me he sentido mucho más identificado, por ejemplo, con Hemingway, definitivamente. Me gusta la brevedad de su lenguaje. Con tres o cuatro palabras ya te pintó todo un ambiente. Me gusta mucho la forma de narrar de Marguerite Yourcenar. De hecho, Memorias de Adriano es mi libro favorito, probablemente. Como no he tenido una educación académica con respecto a la literatura, es que no estoy, digamos de algún modo, contagiado de una determinada manera de escribir”, dice Flórez-Estrada para luego añadir sobre las pulsiones de sus personajes (pensemos en Marianne y Rosa, entre no pocos): “El amor, el sexo, los vicios, son los mismos a lo largo de la historia de la humanidad. No creo que nuestros abuelos hayan sentido y practicado la pasión de otra manera a como lo hacemos hoy. He querido reflejar esas pasiones en mi novela porque si bien son personas que están a la búsqueda de su lugar en el mundo, no están ajenas al amor, el sexo, creo que ese es un factor con el que se han sentido identificados los lectores”.
Toda buena novela, para ser tal, debe tomarse licencias, con mayor razón cuando nos enfrentamos a una novela que podría ser catalogada también como una novela histórica que acaece en Perú y en el mundo.
“Muchos de los personajes de la novela existieron. La familia de Marianne Huntington era la más rica de California. Clara, su madre, también es un personaje que existió y que se casó con un príncipe prusiano. Los políticos peruanos, los miliares, la invasión chilena y otros, también existieron. Lo que fui haciendo fue inventar personajes que pudieran acompañarlos y así poder ligar estas diferentes historias para que fluya la narración. Investigué mucho, además. Quería que la historia sea fluida y pueda ser leída por distintos lectores”.
Dicho hasta aquí, pareciera que El retrato de la muchacha de Flandes, debido a las coordenadas indicadas, es una novela asequible, que lo es, pero es justo precisar que estamos ante una historia con pliegues reflexivos y estructura elaborada al detalle, ergo: compleja. Pero es ahí donde resalta el talento de Flórez-Estrada: hace fácil lo difícil. Claridad y a la vez transmisión, cercanía con el lector. Esta es una novela entretenida, que no aburre. De eso también va la buena literatura. Léanla.