No sé si es bueno confesarles, queridos lectores, que a estas alturas del verano el cerebro no da para mucho ni para poco… para lo justito. No le pidan excesos, extras, porque, o está a merced del vaivén de las olas que ya se atisban en el horizonte inmediato, o vive en una penumbra obligada (cuasi carcelaria) para evitar que una lengua de fuego se cuele por las rendijas de la celosía del cuarto de estar. Un sopor, en una palabra, que no lo despereza ni el ritmo reguetonero de Karol G . llenando el Bernabéu cuatro noches seguidas ni la Selección española de fútbol haciendo alarde de la merecida victoria en el césped y del desbarre-desmadre celebratorio sobre un...
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