Soy una persona que carece de aquello que el prohombre de la República Javier Duarte llamaba “continencia verbal”. Ya en estos tiempos, mi incontinencia también es digital; el teclado del celular es, desafortunadamente, más rápido y menos cercano al cerebro que la lengua. Entonces, por eso, en un chat de ex alumnos del Itam, se me ocurrió la poco brillante idea de decirle a “la” organizadora de ese espacio digital mi opinión sobre IMSS e IMSS Bienestar: que son una estafa. Esta colega naturalmente se tomó a pecho mis palabras, porque es funcionaria de esa institución, y sintió que le estaba diciendo estafadora, lo cual, bajo cierta lectura, es cierto. Así que tengo que usar esta columna para disculparme con ella, antes de aplicarme a mi perorata: por qué pienso que el IMSS es una estafa.
Primero, tendríamos que atender al déficit actuarial de la institución. Este normalmente se contenía en un informe pantagruélico que hacía una firma de auditores británicos, y que, igual por no dedicarme al 100% a estudiar al IMSS, no he visto en una edición reciente. El déficit actuarial de la Institución en tiempos de directores no tan lejanos en el tiempo era mayor que el producto interno bruto de la República Mexicana. Por supuesto, la gran ventaja de un déficit actuarial es que no se paga de un trancazo. Pero, si se nos juntan circunstancias como un invierno demográfico, una crisis económica y una pandemia, el ciudadano empieza a sentir el golpe. Y además, el ciudadano columnista (su servidor) es un bocón y siente la compulsión de opinar sobre todas las cosas, entonces ahí va: el IMSS es una estafa porque la pagan trabajadores y patrones, y los trabajadores no pueden usarlo. Y, una de las razones por las cuales no podemos usarlo, es porque competimos por la misma infraestructura y personal con un montón de gente que no paga. Además de ello, los administradores de la Institución tienen que pensar si, de cada peso que entra, se lo dedican a los servicios médicos o a paliar el déficit de la institución. Dado que los servicios de la Institución siempre han sido relativamente cuestionables, el administrador acaba optando por meterle el peso al déficit, ya que por esa métrica lo evaluarán.
Aquí es el momento en donde el wokeísmo encarnado me saca de mis redes sociales, de mis webs, como diría Brozo. Entonces, como ya tengo pocos colegas reales que me soporten y tengan paciencia, hablo con ChatGPT sobre mis cuotas de seguridad social y aseguramiento público, que claro que no son la misma cosa. Le pregunto al artificio inteligente, that clever contraption, como dicen los brits, cuánto cuestan las pólizas de seguros médicos no subsidiadas en países avanzados. Ahí, ChatGPT me dice que en Suiza podría costar 92 mil 500 pesos al año, en Alemania 40 mil MXN, en los Países Bajos o Singapur, alrededor de 28 mil, y en Australia, 18 mil 600 pesitos mexicanos.
El promedio es cercano a 41 mil MXN, a menos que saquemos a Suiza del cálculo, en cuyo caso estamos en un nivel cercano al de Singapur u Holanda: 28 mil 649 pesos mexicanos por habitante al año. Que, si quisiéramos subsidiar para el 70 por ciento de la población, costaría 8.1 por ciento del PIB.
En 2022, según la OCDE, nuestro gasto en salud era 5.4 por ciento del PIB. Pero, dado que preferimos al Doctor Simi que al IMSS, igual el gobierno en su circunstancia actual podría no gastar nada en el IMSS, y usar ese dinero para cerrar el déficit presupuestal de casi 5.9 por ciento del PIB.
Es decir: la simulación de que tenemos servicios de salud pública nos está saliendo muy cara. Sí, nos hace falta un seguro catastrófico para resolver todos los cánceres y cardiopatías complicados por obesidad e hipertensión que no puede resolver el IMSS ni el doctor Simi, pero ese no nos lo va a pagar el gobierno, al menos no en el futuro previsible.
Así que, querida compatriota, no pienses que IMSS resolverá tus problemas médicos. Agrega a tu presupuesto entre 18 y 28 mil pesos anuales, al menos, suponiendo que no tengas una edad mayor a 50 años (como yo) y condiciones preexistentes. Y sí, a la estafa hay que decirle por su nombre, y ya hay que clausurarla. Aquí aplica el principio friedmaniano: si quieres subsidiar algo, en lugar de subsidiar a una institución esclerótica y obesa (como los mexicanos), mejor démosle un subsidio a 7 de cada 10 personas mexicanas para su póliza de gastos médicos mayores.