Si tenemos que hablar de los privilegios de habitar en Chile, el océano que baña nuestras costas es, sin lugar a dudas, uno de nuestros mayores tesoros: con sus aguas frías ricas en nutrientes, fuente de diferentes servicios ecosistémicos, y que, además sostienen una gran biodiversidad marina, pero que actualmente se encuentran amenazadas por la industria salmonera.
Las condiciones descritas permiten que nuestra zona económica exclusiva -o las 200 millas náuticas (mn) donde nuestro país tiene jurisdicción- presente un gran número de especies de cetáceos. Se han registrado 40 especies diferentes, lo que representa el 50 % de las especies reconocidas en todo el mundo.
Dentro de estas especies, se encuentra el único delfín endémico, el delfín chileno (Cephalorhynchus eutropia), una pequeña especie de cetáceo poco conocido -incluso para los chilenos que le conocen coloquialmente como “tonina”- pues suele presentar un comportamiento cauteloso y una respuesta de evasión ante la presencia de embarcaciones, realizando inmersiones y cambiando de dirección para mantenerse a una distancia determinada de éstas. Su presencia se ha registrado desde Concón (32º 56’S) hasta la Isla Navarino (55º 15’S), cerca del Cabo de Hornos, habitando en aguas costeras someras. Es considerada una de las especies de cetáceos menos conocido, su estado de conservación de acuerdo con The World Conservation Union (IUCN) es “casi amenazado” y su población se encuentra decreciendo.
Al mismo tiempo, nuestras costas también tienen la presencia del animal más grande alguna vez conocido, la ballena azul (Balaenoptera musculus), con una longitud común oscila entre 23 y 27 m y un peso superior a las 150 ton., la que presenta una distribución cosmopolita oceánica, es decir, se encuentra en todo el mundo, pero puede acercarse a la costa con fines alimenticios y de crianza, como es el caso de la población que ha sido identificada en el área de Chiloé – Corcovado. Es importante recordar que desde finales del siglo XIX y hasta mediados del siglo XX, las poblaciones de ballenas azules fueron intensamente cazadas, reduciéndose drásticamente su número, y en este momento son categorizadas como “en peligro” por la IUCN.
Las diversas especies de delfines y ballenas a nivel mundial enfrentan múltiples impactos antropogénicos en los océanos, como el calentamiento y la acidificación debido al cambio climático, la contaminación por plásticos y la sobrepesca. Sin embargo, el delfín chileno y la ballena azul, junto con otras especies que habitan o pasan parte de su vida en los fiordos de la Patagonia chilena, enfrentan, además, amenazas debido a la industria salmonera. Los centros de engorda se encuentran en sobreposición al hábitat que ha usado desde siempre el delfín chileno, ocupando el espacio donde se alimenta y reproduce y poniéndolos en peligro de enmallamientos y muerte por ahogamiento, especialmente a las crías. Además, las ballenas azules se ven enfrentadas al gran tráfico marítimo que se produce en la zona de fiordos, el cual es encabezado por empresas salmoneras o aquellas que prestan servicios a la industria, viendo coartada su capacidad de alimentarse y de criar, y con eventos de colisión que pueden llegar hasta la muerte de algunos ejemplares.
En recientes investigaciones de Fundación Terram, se ha dado cuenta que de las cerca de 1.400 concesiones salmoneras que existen a nivel nacional, más de 400 concesiones se encuentran dentro de la porción de agua de parques y reservas nacionales, y de estas, 280 concesiones han incurrido en causales de caducidad, sin que la autoridad competente, la Subsecretaría para las Fuerzas Armadas (SSFFAA), haya caducado los permisos para operar. Esta omisión ha permitido que dichas empresas puedan producir alrededor de 840 mil toneladas de salmones, con efectos sobre el ambiente de áreas protegidas y las especies de cetáceos que ahí habitan. De igual modo, se han identificado 24 casos de sobreproducción en parques nacionales y 95 casos en reservas nacionales que no habían sido detectadas por la Superintendencia del Medio Ambiente, sumado a más de 80 otros casos que sí se han detectado y sobre los que se ha iniciado un proceso sancionatorio. Esto significa que se han producido miles de salmones más de los autorizados, lo que deriva en un aumento del tráfico marítimo, contaminantes y otros impactos negativos en zonas -cuyo propósito- debería ser el resguardo y la conservación, por sus características de área protegida.
Es esencial que tomemos conciencia de lo privilegiados que somos por todo lo que nos entrega el océano, y debemos instar al Gobierno de turno y las instituciones competentes a hacer cumplir la ley. Cuidar las áreas protegidas de la Patagonia y a sus emblemáticos habitantes, los cetáceos, es algo que debe ocurrir hoy, porque mañana será demasiado tarde.
Por Elizabeth Soto, especialista en temas de océanos de Fundación Terram