A medida que sube la temperatura es más probable que las personas acaben hospitalizadas por intoxicaciones alimentarias ocasionadas por bacterias. Una investigación liderada por la Unidad de Cambio Climático, Salud y Medio Ambiente Urbano del Instituto de Salud Carlos III y publicada en la revista Science of the Total Environment ha dimensionado este riesgo: por cada grado de más a partir de los 34 –un límite que esta semana se está rebasando ampliamente en España en una segunda ola de calor dos días después de la primera– aumentan los ingresos un 12,2%.
Es la primera vez que se miden los efectos del calor con tanta precisión en una escala local para estas enfermedades. En este caso, en la Comunidad de Madrid. Y los resultados son preocupantes por dos motivos: por un lado porque la evidencia científica confirma que las olas de calor serán cada vez más frecuentes e intensas; y, por otro, porque estos microorganismos que se transmiten a los humanos a través de los alimentos, como la salmonella, las campylobacterias y la Escherichia coli, se han hecho cada vez más resistentes a los antibióticos.
Cada vez más estudios confirman el efecto perjudicial del calor en diversos problemas de salud. Por ejemplo, las hospitalizaciones por trastornos metabólicos y los relacionados con la obesidad casi se duplican con altas temperaturas, según una investigación publicada recientemente por el Instituto de Salud Global de Barcelona (ISGlobal).
Acotando un poco más, está más que demostrado que el cambio climático empeora las enfermedades infecciosas: un 58% de ellas se ven agravadas por los riesgos climáticos mientras solo un 16% se han vuelto menos graves, subraya la investigación como punto de partida. Si miramos solo a las patologías generadas por las bacterias que están en la comida, España ocupa el sexto lugar en número de casos notificados en Europa. A ellas se atribuye una “elevada carga de morbilidad” en nuestro país, añaden los científicos del ISCIII, que para este estudio han trabajado en coordinación con la Universidad de Alcalá, la AEMET y el Centro de Investigaciones Energéticas, Medioambientales y Tecnológicas (Ciemat).
Los investigadores acotaron las mediciones, realizadas entre los periodos 2013 a 2015 y de 2016 a 2018, a las hospitalizaciones por las enfermedades con mayor incidencia en Europa: la salmonelosis, la campilobacteriosis (diarrea) y la infección por Escherichia coli. En los tres casos las bacterias se encuentran en el intestino de los animales, que actúan como reservorio, y el ser humano se infecta al ingerir alimentos crudos o poco cocinados.
Para dimensionar la relación entre el calor y los ingresos, “los autores han calculado en la Comunidad de Madrid –una zona densamente poblada y con ingresos suficientes para hacer estas mediciones– el valor umbral de la temperatura máxima diaria a partir del cual dichas hospitalizaciones aumentaron de forma estadísticamente significativa, analizando datos para todo el año y para los meses de verano exclusivamente”.
Según las estimaciones, “el riesgo atribuible de aumento de ingresos hospitalarios urgentes es del 3,6% por cada grado de aumento de la temperatura máxima diaria por encima de 12°C durante todo el año, y del 12,2% por cada grado de aumento de la temperatura por encima de la temperatura umbral de definición de ola de calor (34°C) en verano. Desde 1983 hasta 2018, las temperaturas máximas diarias en la Comunidad de Madrid han aumentado 0,39 grados por década.
“Estos resultados –señalan los científicos– coinciden con la bibliografía, que explica que el aumento de la frecuencia e intensidad de fenómenos meteorológicos extremos, como las olas de calor, puede alterar la seguridad de los alimentos y el agua”. Hay conclusiones similares en estudios realizados en otros países.
La reproducción de estas bacterias no sucede solo en el momento inmediatamente anterior al consumo de los alimentos, recuerda la investigación liderada por el ISCIII, que ha tenido en cuenta estos desfases que provocan que las enfermedades den la cara un mes después de los episodios de altas temperaturas. “Cabe esperar que el entorno exterior también influya en la proliferación de estos microorganismos en distintos puntos de la cadena alimentaria, desde la granja hasta la mesa. Es decir, en la producción, la transformación, la manipulación, el envasado, el almacenamiento y la distribución”.
Los humanos y los animales han desarrollado resistencias a los antibióticos de uso común frente a las bacterias de salmonella y campylobacter. El problema sigue “observándose”, según un informe publicado en febrero por la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) y el Centro Europeo para la Prevención y el Control de Enfermedades (ECDC): “Entre 2013 y 2022, en el caso de los seres humanos, al menos la mitad de los países que informaron observaron tendencias crecientes en la resistencia a las fluoroquinolonas en aislados de Salmonella Enteritidis y Campylobacter jejuni, generalmente asociados a aves de corral”.
Un hallazgo de “preocupación para la salud pública” porque, cuando las infecciones derivan en cuadros graves, las fluoroquinolonas se encuentran entre los antimicrobianos utilizados para el tratamiento. La Organización Mundial de la Salud cita también la salmonella como un patógeno de “alta prioridad” en la última actualización de su lista de microorganismos farmacorresistentes.
También hay datos esperanzadores. “En dos tercios de los países que informaron, la resistencia en cepas humanas a las penicilinas y las tetraciclinas, que se usan a menudo para tratar infecciones bacterianas en humanos y animales, disminuyeron con el tiempo en Salmonella Typhimurium, que generalmente se asocia con bovinos y porcinos”, según el informe de la EFSA y los ECDC.