Ayer, finalmente, Joe Biden anunció que no competirá en la elección presidencial estadounidense, que ocurrirá el primer martes de noviembre. Aunque su presidencia ha tenido varios aciertos, su candidatura tenía dificultades debido a su avanzada edad, y al deterioro que junto con ella ha ocurrido, principalmente en su físico, pero también en su capacidad mental. Es más lento, menos agudo, como le ocurre a cualquiera en la novena década de su vida.
Después del debate presidencial era muy difícil sostener su candidatura, aunque lo intentaron por varias semanas. Cuando ocurre el atentado, afortunadamente fallido, contra Donald Trump, la urgencia de revitalizar la campaña demócrata fue mucho mayor. En la siguiente semana, los más importantes políticos del partido visitaron a Biden para convencerlo: Nancy Pelosi, Chuck Schumer, el mismo Barack Obama, le pidieron que reconsiderara su participación.
Tengo la impresión de que la decisión de bajarse de la contienda la tomó Biden a inicios de esa semana, tal vez alrededor de su anuncio de haberse contagiado de covid. Pero estaba ocurriendo la convención del Partido Republicano, y no convenía anunciar nada hasta que ésta terminara. Por otra parte, renunciar a la candidatura, que había ganado en múltiples primarias, no es un tema simple. Había que construir un reemplazo sólido, que muy probablemente no sea sólo de una persona, sino del ticket completo.
Ayer domingo, después de anunciar formalmente su retiro de la campaña, Biden anunció que respalda la candidatura de Kamala Harris, su vicepresidenta. Me parece que es la opción lógica, pero no está exenta de dificultades. Harris representa mucho de lo que los MAGAs, antiguamente republicanos, más odian: es mujer, hija de inmigrantes, no es blanca, y proviene de California. Aunque no forma parte del movimiento woke, así la pintarán los seguidores de Trump. Por eso, me parece, no sólo había que asegurar el apoyo de los demócratas a Harris, sino que había que acordar un compañero de fórmula que le diese fuerza a la candidatura.
Al respecto, hay tres gobernadores que sonaron desde hace un mes para reemplazar a Biden: Gavin Newsom, de California; Gretchen Whitmer, de Michigan, y Josh Shapiro, de Pensilvania. El primero tiene la desventaja de ser del mismo estado que Kamala Harris, que además es el centro del odio de los MAGAs. Cuando hay que criticar las fallas de lo que allá llaman “liberalismo”, California es siempre el ejemplo. El caso extremo de San Francisco, una ciudad claramente deteriorada por los excesos “liberales”, no es buena publicidad en la elección que viene.
Whitmer y Shapiro tienen la ventaja de ser gobernadores de dos estados “bisagra”. El triunfo demócrata sólo requiere mantener su votación tradicional en todo el país, y cuidar que no se pierdan tres estados: Wisconsin, Michigan y Pensilvania. Nada más. Tener como compañero de fórmula a uno de los gobernadores de esos estados es sin duda una gran ventaja para Kamala. No debemos olvidar que cerca del 60% de los estadounidenses no quiere a Donald Trump, y es sólo la distribución geográfica de sus votantes lo que le permite competir.
Ahora bien, no estoy seguro de que una fórmula con dos mujeres pueda ganar la elección. Yo no voto, así que mi opinión no es relevante, pero puesto que nunca ha habido una presidenta en Estados Unidos, tentar a la suerte con una fórmula femenina tal vez no sea lo mejor en este momento. Ciertamente enfrentan a un misógino, pero aun así.
Por todo ello, creo que Josh Shapiro sería el mejor compañero de Kamala Harris. Su única desventaja, en el momento actual, es que es judío, y eso posiblemente aliene los votos de los grupos pro-Palestina, que son escandalosos, pero no muy grandes.
Eso, y muchas cosas más, deben haber analizado con todo detalle los líderes demócratas en la última semana. Algo acordaron, y por eso se mueven. Por el bien global, hay que desearles suerte.