La verdadera tragedia de Joe Biden es que la primera frase que dirán de él los libros de historia es que se retiró: que un 21 de julio de 2024 se plegó a las exigencias de su edad, de su partido y del sentido común, y anunció que renunciaba a su candidatura a la reelección. Un paso insólito para cualquier presidente, pero particularmente para él, porque, incluso si es por las razones más acertadas, es triste que Biden pase a la historia por una rendición. Si algo ha hecho Joe Biden en la vida es no rendirse.
Antes de convertirse en un chiste, de protagonizar memes y parodias, Joe Biden fue uno de los senadores más jóvenes de la historia de EEUU. Con solo 30 años se sobrepuso a la muerte de su mujer y de su hija en un accidente que le dejó solo con dos hijos muy pequeños gravemente heridos. Décadas después tuvo que enterrar a uno de ellos, fallecido por un cáncer, y apoyar al otro mientras intentaba salir de la droga y le creaba todos los problemas políticos del mundo. Y de todo esto salió adelante.
Políticamente, su historia es también la de una carrera de fondo. La primera vez que se presentó a presidente fue en 1988 y tuvo que renunciar de forma bastante humillante cuando se supo que había copiado frases de discursos de otros políticos. Lo intentó de nuevo en 2008 y fue de nuevo un desastre, pero su orgullo no le impidió acompañar como vicepresidente a Barack Obama, el hombre 20 años más joven que él que le había derrotado. En 2016, cuando llegó “su turno” para sustituirlo en la presidencia, decidió dejarle el camino libre a Hillary Clinton.
Cuando se presentó a las primarias demócratas en 2020, nadie creía demasiado en sus posibilidades: el ala más joven e izquierdista del partido quería a Bernie Sanders y el milmillonario Mike Bloomberg tenía todos los recursos del mundo para ganar, pero Biden sorprendió a todos. Su discurso calmado y centrista fue suficiente para millones de estadounidenses que querían pasar página de la presidencia de Donald Trump y tener en la Casa Blanca un poco de normalidad. Ganó ampliamente a pesar de los insultos de su rival.
Biden asumió el poder en las peores circunstancias posibles: con un país más dividido que nunca después de que su rival impulsara la toma violenta del Congreso para quedarse ilegalmente en la presidencia, pero también con una economía devastada por la COVID-19. Los resultados hablan por sí mismos: recibió el paro en un 6,7% y deja un 4,1%, heredó un PIB que había bajado un 2,2% durante la 2020 y deja un crecimiento sólido, siempre por encima del 1,9% anual.
Más allá de sus éxitos objetivos, su mayor logro es haber hecho cierta la gran promesa de hace cuatro años: la vuelta a la normalidad. Con él se acabaron los insultos, las amenazas, los tuits de medianoche... Ha sido un presidente aburrido, predecible, un presidente de otra era. Un presidente quizás para 1988, el año de su primer intento, pero no tanto para hoy. Un presidente que ha tratado de apelar otra vez a lo mejor de sus votantes y a sus intereses colectivos, no a sus peores miedos y fobias.
Biden se presentó como el anti-Trump y así ha gobernado, aunque a medio camino le hayan fallado las fuerzas. Ha sido uno de los legisladores más relevantes del siglo XX y XXI en Estados Unidos, ha definido la política judicial y exterior de la primera potencia –esta última marcada por las guerras de Ucrania y Gaza–, y además escribió un último capítulo de su biografía regresando a la jubilación para vencer a un autócrata al que muchos consideraban invencible. Aunque lo que hoy veamos sea el meme, el chiste, la burla, la retirada tardía y casi impuesta, la desorientación... la verdad es que el presidente solo se ha rendido una vez y por las mismas circunstancias que le obligaron a hacer lo contrario hace solo cuatro años: para vencer a Trump.