Marina tiene 94 años. Tras 34 años viviendo en su casa en el barrio madrileño de Lavapiés fue desahuciada por la policía por una deuda de 12.000 euros el pasado 10 de julio. Poco más de una semana antes, dos hermanas se suicidaban en Barcelona antes de ser expulsadas de su casa. El problema de la vivienda sacude con fuerza, pero en las noticias prefieren desviar la atención hacia otro lado. Se habla más de okupas que de fondos buitre.
Quizás es ahí donde el cine tienen que dar un paso adelante y convertirse en la herramienta de denuncia que puede ser. Los desahucios tampoco han sido demasiado tratados en la ficción. Hace dos años Juan Diego Botto lo hacía con En los márgenes, pero no se ha vuelto a saber casi nada de esta problemática en las decenas de estrenos que llegan cada semana. Daniel Guzmán es consciente de ello, y ha decidido que su tercera película aborde de forma frontal el problema de la gentrificación, los desahucios y los fondos buitre. La actualidad vuelve a empapar un filme con armazón de thriller y mucho de cine social dentro.
En una casa del centro de Madrid, Guzmán edita en un ordenador. A su lado, en otra pantalla, está Nacho Ruiz Capillas, montador ganador del Goya por Los otros y nominado en otras ocho ocasiones. Ambos intentan encajar las piezas de La deuda, el filme que pulen tras finalizar un rodaje en pleno centro de Madrid para cumplir una de las máximas del director, que la vida se cuele en sus imágenes.
En este caso hay algo hasta personal. La madre y la abuela de Daniel Guzmán vivieron cómo Malasaña se convirtió en un barrio donde los comercios de toda la vida dejaron paso a gofres con formas fálicas; muffins y brunches. El precio del alquiler y la vivienda se disparó y las vecinas de toda la vida tuvieron que abandonar sus pisos. Algunas fueron desahuciadas. Algo de todo eso hay en este filme que bebe del cine negro sin apartar sus ojos de los problemas de la sociedad española.
Mientras hace una pausa por un problema en el ordenador, Guzmán cuenta a elDiario.es los detalles de una historia con dos protagonistas, “una anciana y un chico que vive con ella, pero que no se sabe si es su nieto, su hijo o qué”. A ella le notifican que va a ser desahuciada porque el edificio en el que vive ha sido comprado por un fondo buitre para construir viviendas turísticas. Como si hubiera leído el momento hace un año, cuando el filme empezó a producirse, Guzmán ha captado la temperatura de ebullición de cientos de barrios que ven cómo el turismo está provocando la degradación total y provocando la compra de las casas por empresas para crear pisos patera para turistas.
Somos lo que podemos y lo que nos dejan ser. Y no es lo mismo nacer en un lugar que en otro, tener una familia que otra, tener unos recursos intelectuales o económicos que otros
“La deuda habla de la deuda económica, el dinero que ese chico necesita para que no echen a la anciana. Pero también de una deuda moral. Habla, por un lado, de la gentrificación, y por otro lado, sobre la culpa. Sobre cómo esa tradición judeocristiana nos impone la culpa y no nos deja avanzar. Es una reflexión o un análisis sobre el motor de la culpa para tomar decisiones, porque este personaje es un tipo que toma decisiones a veces erróneas, hace lo que puede. Una de las cosas en las que mete la pata le produce una culpa absoluta e intenta redimirla. Por eso la deuda moral y económica”, explica intentando desvelar lo mínimo de un filme que protagoniza él junto a Itziar Ituño, Susana Abaitua, y un descubrimiento de 90 años, Charo García, que promete conmover con su fragilidad y a la que Guzmán encontró tras un extenso casting para encontrar la autenticidad que necesitaba el personaje protagonista.
Vuelve a reincidir en un tema que está en todas sus películas, las segundas oportunidades en un sistema que no suele concederlas a no ser que uno tenga dinero. “Creo que me sale por ese tema que nos intentan vender de la meritocracia, de que todo el mundo es lo que quiere ser. Esa cosa neoliberal y capitalista de que somos lo que queremos. Yo creo que somos lo que podemos y lo que nos dejan ser. Y no es lo mismo nacer en un lugar que en otro, tener una familia que otra, tener unos recursos intelectuales o económicos que otros. Entonces me gusta más la gente que se intenta buscar la vida y que necesita una segunda oportunidad. De hecho, en la peli hay un momento en el que se lo dicen al protagonista: ”Yo creo que te la mereces“. ”Todos nos merecemos una segunda oportunidad“, subraya Guzmán.
Quiere hacer un cine que explique lo que hay detrás, lo que normalmente no se cuenta, y pone el ejemplo de cómo cuando ve una película de cine quinqui y hay un tirón de bolso él lo que piensa es que le gustaría saber cómo ese personaje ha llegado ahí, hasta cometer ese delito. “A veces las cosas que hacemos son el resultado de algo y hay que entender el por qué, y eso creo que puede tener que ver con el tema de las segundas oportunidades”, apunta.
Donde más disfruta es escribiendo, donde da rienda suelta a su imaginación, porque en el montaje confiesa que lo pasa “muy bien pero también muy mal”. “El plano que no has rodado ya no lo puedes montar, y es ahí donde ves todo lo que te ha faltado por rodar o si lo tienes todo. Es verdad que cuando va cogiendo la forma que tiene el guion, y que tiene la historia que quieres contar, lo disfrutas mucho porque es un proceso creativo maravilloso y muy artesanal. Yo intento que no haya distorsión entre el montaje y el guion, porque ahí empiezo a pasarlo mal”, cuenta Guzmán.
De momento está contento, porque lo que está tomando forma se parece a un guion que tiene “algo de drama, algo de cine social, cierto análisis y reflexión, pero también algo de cine negro que a mí a priori no me interesaba pero que ha salido así a pesar mío”. Lo dice con su habitual socarronería, pero con una sonrisa que demuestra que está contento con ese thriller que, tras la capa lo que hace es señalar a un problema del que ya se han olvidado los medios.