Los últimos días han generado un enorme catálogo de noticias favorables a la candidatura de Donald Trump en su nuevo camino hacia la Casa Blanca.
Malas noticias para los demócratas se suceden en cascada.
El fallido atentado contra Trump lo fortalece por todos lados. La foto icónica, el instinto y la astuta reacción que lo presentan como alguien valiente y determinado; la sangre en el rostro como testimonio de lo cerca que estuvo de morir.
Un aura de invencibilidad —literalmente a prueba de balas— del personaje que ha superado dos procesos de impeachment, el desprestigio por intentar un golpe de Estado, procesos penales en sala de espera, una convicción criminal que aguarda sentencia. El caso de los papeles que se llevó a Mar-a-Lago desechado.
Sobrevivir al ataque contrarresta uno de sus principales puntos débiles. Ser visto como un cobarde que se escabulló de sus deberes militares, un comandante en jefe indigno y despreciativo con los caídos en las guerras. Ahora, sin embargo, se podría percibir como un líder vigoroso, en plena forma para pelear (¡no olvidemos su grito de Fight! Fight!).
Un “timing perfecto”, justo antes del inicio de la Convención Republicana, que se ha transfigurado en un “acto de coronación” donde su base de simpatizantes se encuentra encendida y entusiasmada en una dinámica de devoción rayana en el fanatismo. Esta situación prefigura una alta votación de su base electoral.
El atentado sucedió en Pensilvania, el estado más importante de los 50 que están en juego (los otros dos son los muy cercanos Michigan y Wisconsin), lo que puede inclinar la balanza a su favor en una contienda que actualmente se encuentra en empate técnico.
El fenómeno Trump se ve siempre beneficiado de las realidades alternas, de los otros datos, de la bruma de la posverdad ¿Existe material más explosivo para las teorías de la conspiración que un intento de magnicidio? Hemos sido testigos —y algún lector quizá hasta protagonista— de un masivo test proyectivo donde cada quien se arranca a conjeturar si se trata de un autoatentado o un intento de crimen de Estado.
Algunos seguirán diciendo que todo fue actuado y otros que fueron el propio servicio secreto y el FBI quienes intentaron eliminarlo. Las evidentes fallas en resguardar los perímetros de seguridad y el hecho de que simples asistentes alertarán del peligro dejan mucha tela dónde cortar para la imaginación conspiranoica.
Mientras tanto, en la acera demócrata todo es caos, desesperación, obstinación, confusión. Con todo el ecosistema mediático prodemócrata y numerosos senadores, representantes y donantes pidiendo a gritos la sustitución de Biden.
Mientras tanto, el presidente dice que no se va y casi, casi: “háganle como quieran”, al mismo tiempo que confunde los nombres de Zelensky con el de Putin y el de la vicepresidenta Kamala con el de Trump.
Nada hará cambiar la percepción generalizada de que ya es un anciano senil impedido no solo de ganar una elección, sino de gobernar durante cuatro años más.
La estruendosa discusión sobre el tema sigue a toda intensidad.
Con la intención de acallarla de una vez por todas, se ha filtrado que el Comité Nacional Demócrata quiere ratificar a la brevedad, aun antes de llegar a la convención, al ticket Biden-Harris. Esta movida ha irritado a figuras influyentes que no ven cómo ganar con esta fórmula.
Como metáfora de la fragilidad de su salud, este miércoles Biden fue diagnosticado con Covid, lo que lo obligará a aislarse y perder presencia. Debilidad tras debilidad.
¿Por qué todo esto son malas noticias para los mexicanos? Para ilustrarlo, basta con analizar las implicaciones de la nominación de JD Vance como potencial vicepresidente.
Las propuestas y la narrativa que encumbran a Vance son aquellas que se presentan como una defensa de los trabajadores blancos de cuello azul (es decir, sin educación universitaria) que constituyen el bastión del trumpismo.
Vance está en contra de la migración (de los nuevos mexicanos que busquen ir a Estados Unidos y de los millones que actualmente viven allá sin documentos, ahora amenazados de deportaciones masivas). Mala noticia para nuestra gente.
Está en contra del libre comercio y la globalización porque considera que son procesos que desplazan fuentes de trabajo a otros países y, al mismo tiempo, permiten mantener los sueldos bajos para los trabajadores estadounidenses y residentes legales. Mala noticia para la economía mexicana.
Achaca la epidemia de opiáceas y las muertes por fentanilo a los cárteles de la droga mexicanos e incluso a inocentes migrantes que nada tienen que ver con eso. Mala noticia para la cooperación de seguridad entre los países y para una agenda bilateral que se puede ver dominada por enfrentamientos no solo retóricos sino abiertamente intervencionistas.
El nuevo gobierno mexicano y la sociedad en su conjunto debemos estar alertas para activamente lidiar con estos colosales retos.