México recupera los trenes de pasajeros y de carga en una estrategia que va más allá del transporte. Si esa infraestructura original respondía al impulso de la primera revolución industrial que llegó a México un poco tarde, este auge ferroviario se da en condiciones de modernidad totalmente distintas.
Primero, debemos abandonar la imagen de locomotoras de vapor o de los trenes que todavía disfrutaron nuestros abuelos. Esos solo podemos apreciarlos en los museos. Ahora existe tecnología de alta velocidad que avanza como en cualquier otra rama industrial y cada año propone nuevos sistemas, modelos y maquinaria, con mayor eficiencia y capacidad. Los trenes de cercanía europeos son un complemento a los de alta velocidad y estos últimos, por ejemplo, en China, están acompañados de conexiones y trasbordos de miles de kilómetros propulsados por electricidad.
Los trenes mexicanos entrarán en la vanguardia ferroviaria, simplemente porque se construyen en este tiempo, por lo que gozarán de adelantos que no tienen los de Washington o Seattle, por mencionar algunos. Ciudades como Nueva York enfrentan gastos urgentes en su sistema, porque se hizo viejo en menos de tres décadas. Aquí estamos empezando de nuevo.
El anuncio de la conexión del Tren Transístmico con el Tren Maya responde a un proyecto de enorme importancia para el comercio mundial, pero seguramente es una parte de la comunicación que puede establecerse hacia el Pacífico y hacia California, sin olvidar rutas de la Ciudad de México a Querétaro o a Guadalajara que pondrían a esas metrópolis a poco más de tres horas de distancia. Unir esas rutas a Monterrey, Hermosillo o Chihuahua, enlazarían al país como no lo ha podido hacer el autobús, ni el avión.
En esa lógica, la privatización de los trenes fue un error mayúsculo que puede tener remedio y sentar las bases de una nueva infraestructura integral que se ofrezca a los inversionistas y, al mismo tiempo, transforme el equilibrio económico de toda nuestra nación. Si se observa bien, las vías ya estaban ahí, los derechos de paso se guardaron en un cajón y se olvidó el uso de los trenes porque la imagen de que pertenecía al pasado logró imponerse en la mayoría de la sociedad, lo que permitió legitimar una determinación que ilustra la manera en que se procedía cuando lo importante era desmantelar para vender, aunque luego lo obtenido no se viera reflejado en mejoras para la condición de vida de la gente.
Dudo que el modelo de negocios de los autobuses se altere demasiado y la industria de la aviación seguirá fortaleciéndose si logra ofrecer buenos precios y buen servicio a la comodidad que representa volar unas cuantas horas hacia destinos lejanos. Sin embargo, tendrán que competir y esa es una noticia que debemos celebrar siempre como consumidores. Ya nos tocará a nosotros optar por la manera en que queremos trasladarnos, el tiempo que deseamos invertir y la conveniencia del precio. Pero a eso es a lo que le llamamos capitalismo, ¿cierto?
Un país comunicado es uno próspero, aunque suene una verdad de Perogrullo. México pasó décadas sin serlo, y esa es una causa de una injusta falta de crecimiento que solo pudo revertirse hasta que se decidió retomar el proyecto de conexión oceánica del Istmo y aprovechar la ruta maya que alguna vez se trazó con vías que quedaron en desuso.
Los trenes, además, tienen otras ventajas: pueden adaptarse a nuevos dispositivos de propulsión y hasta a esa tecnología que, de vez en cuando, aparece en la ciencia ficción. Tal vez no veremos pronto autobuses eléctricos y, en definitiva, los aviones no se volverán naves de gran propulsión como lo son los cohetes espaciales. Sin embargo, trenes de rieles magnetizados, con todos los servicios, ya existen y se están probando. Nada mal si de lo que se trata es de darle al país una nueva, y completa, infraestructura para el futuro.
Varios amables lectores me preguntaron por diferentes medios acerca de lo que había pasado con el pirata Diomedes, después de su ingeniosa respuesta al reclamo de Alejandro Magno; completo la anécdota del artículo pasado: el emperador le perdonó la vida al corsario, porque lo hizo reflexionar acerca de que la diferencia entre ambos era mínima y a él lo trataban como delincuente, mientras su contraparte era tratado como un gran conquistador, cuando los dos saqueaban por igual.