El gabinete que propone Claudia Sheinbaum a nivel ministerial es casi totalmente chilango, pues incluso algunos de los que no nacieron en la capital llevan muchísimos años en la CDMX. Un equipo del altiplano, poco o nada representativo de lo regional.
Rosa Icela Rodríguez tiene raíces potosinas, pero décadas de trayectoria capitalina, en el periodismo y en la función pública.
Marcelo Ebrard no puede ser más de la Ciudad de México, y lo mismo Juan Ramón de la Fuente, David Kersenobich, Marath Bolaños (de Neza, que es totalmente identitaria de la Ciudad de México, así esté en el estado), Claudia Curiel de Icaza, Alicia Bárcena...
Mario Delgado es de Colima pero hizo estudios en la capital y de ahí pal real.
Omar García Harfuch, dice Wikipedia, es de Cuernavaca… potato potatoe.
Luz Elena González surgió de Tabasco, pero su formación académica y política todo este siglo es del altiplano.
Qué decir de Rosaura Ruiz, Rogelio Ramírez de la O, Raquel Buenrostro, Jesús Antonio Esteva, Edna Elena Vega… Defeños claros.
Quizá contrastan un poco Lázaro Cárdenas (exgobernador de, y con intereses en, Michoacán), Julio Berdegué (de Sinaloa con estudios en California, Países Bajos y vida en Chile…), y José Merino y Altagracia Gómez, más itinerante el primero, jalisciense en términos de familia e intereses, la segunda.
Pero si se ve el listado del gabinete legal, completo desde ayer, arroja la falta de balance, se quiera o no, con respecto a regiones o experiencias regionales. Esa quizá fue la nota más contundente del nombramiento de la próxima secretaria de Turismo: la traen de Tlaxcala, estudió en Puebla. Vaya.
Y todo lo anterior sin decir que por supuesto la presidenta de la República a partir de octubre es capitalina, aunque de padre con ascendencia jalisciense.
En el pasado solía decirse que muchas políticas públicas se decretaban en los despachos de una burocracia asentada en la capital, poco o nada atenta a necesidades concretas y diferencias reales entre regiones, a la idiosincrasia de comunidades marcadas por contextos únicos.
Uno de los fracasos menos reclamados al presidente López Obrador fue en la descentralización artificial que pretendió de las oficinas gubernamentales.
Quién le echará en cara ese movedero sin ton ni son que, precisamente, parecía sacado de un plumazo burocrático: Salud a Acapulco, Turismo a Chetumal... Y todo a pesar de la austeridad y, por supuesto, sin tomar en cuenta el arraigo de las y los trabajadores, etcétera.
A pesar de ello, el tabasqueño AMLO sí trató de enunciar que otras esferas de la vida nacional existen, pesan, aportan y reclaman al gobierno atención de distinta índole.
Comunidades que a veces lo que más demandan es, precisamente, que la Federación no las deje totalmente a merced de sus gobernadores. Eso, de los viejos tiempos, aplica en los “nuevos”.
Por cierto, los futuros coordinadores parlamentarios son de eso que llaman despectivamente el interior del país. Adán Augusto López, of course, de Tabasco; Ricardo Monreal –con tanto año de capitalino pero sin duda de Zacatecas–. Ahora bien, quién puede decir que representan a sus entidades. ¿No será más bien que ellos sólo representan sus intereses? ¿Hay quien piensa que los zacatecanos o los tabasqueños están mejor con su influencia? Para empezar, por eso hay que tener muchos, no pocos, representantes de los estados.
En las reuniones de gabinete las voces que vivan en carne propia la realidad cotidiana de las entidades de la República prácticamente brillarán por su ausencia.
Nos dirán que el movimiento se expresa nacionalmente, que hay foros, legisladores, diálogo, puertas abiertas, atención, juntas diarias de seguridad nacional, compañer@s gobernador@s, teléfonos, redes sociales… sí, pero el gabinete que diga eso será básicamente chilang@. Es un dato.
Esta columna se va “al interior del país” de vacaciones. Nos volvemos a leer el 2 de agosto.