El mar de estrellas que inunda el escenario natural enclavado en una antigua cantera abandonada situada a 15 km. de la ciudad de Aviñón, la Carrière de Boulbon –utilizada por primera vez en 1985 para las representaciones del célebre "Mahábharata" de Peter Brook– en la que nos encontramos, presagia el comienzo de una noche litúrgica acompasada por la espectacularidad del entorno. Cuenta la fabulación poderosa y trágica de la mitología griega que el de Hécuba era un dolor animal, de esos que nacen de la boca del estómago de una madre herida.
Después de la guerra de Troya, los griegos la convirtieron en su esclava mientras sus numerosos hijos con Príamo (hasta diecinueve según la tradición antigua) fueron utilizados como botín de guerra y repartidos de manera salvaje entre los vencedores. En un ejercicio impulsivo de instinto y rabia, cuando descubre que Poliméstor, el rey de Tracia al que le habían destinado la custodia de Polidoro, su hijo menor, le mata para apoderarse de sus bienes, Hécuba se venga sacándole los ojos a Poliméstor y finalmente arrebatándole la vida al causante de que su hijo ya no la tenga.
Fascinado por la dimensión política que adquiere la figura de esta reina, el dramaturgo y director del Festival de Aviñón Tiago Rodrigues decidió rescatar en «Hécuba, no Hécuba» (que aterrizará en los Teatros del Canal el próximo enero), con el extraordinario elenco de la Comédie Française, la hondura dramática de su historia y trasladar el relato mitológico de la búsqueda de justicia de esta madre dañada por la pérdida y la violencia a la contemporaneidad de una historia real inspirada en la experiencia de otra madre –Nadia en la obra– a la que conoció trabajando en Ginebra y cuyo hijo autista residente en un centro de acogida público sufrió malos tratos.
De esta manera, Rodrigues establece una trazabilidad efectiva entre los ecos antiguos del grito de Hécuba y el sufrimiento contemporáneo de Nadia, una actriz que se encuentra en pleno ensayo de la obra "Hécuba" de Eurípides con su compañía de teatro mientras corre constantemente del escenario del teatro a la sala del tribunal para pedir justicia para su hijo autista, maltratado por la institución que debía cuidarlo. A medida que se acerca el estreno de la obra y el veredicto del juicio, su mundo empieza a desestabilizarse y la barrera definitoria de la realidad de su propia vida y el proceso de transformación interpretativa en el drama de Hécuba se vuelve cada vez más difusa.
"Sentí que la tragedia de Nadia, como la de todas las madres que luchan, se hacía eco de la de Hécuba. Utilicé muchos fragmentos de la obra, especialmente, en la segunda parte. Por ejemplo, conservé la larga súplica de Hécuba a Agamenón, una escena en la que ella afirma comprender que el sacrificio de su hijo fue una tragedia inevitable, una convención de guerra que se aplica a los vencidos", asegura Rodrigues, antes de apostillar sobre la simbiosis de dolor generada entre la descomunal actriz Elsa Lepoivre y la madre: "Cuando Nadia usa las palabras de Hécuba lo hace para denunciar un crimen que la toca pero que es más grande que sus propios pensamientos y palabras: en este caso, el abuso de niños vulnerables. Nadia se rebela contra una autoridad que se considera por encima de la ley".
Tras dos horas de titánico vaciamiento actoral en la cantera, derrame excesivo de una parte que alude a la trama judicial y se presenta mayoritariamente dialogada resonando en ella los ecos cinematográficos de "Anatomía de una caída", el compás soulero de la música de Otis Redding acunando la víscera y a pesar de la barrera idiomática que implica la ausencia de subtítulos en español, el público francés se levanta para aplaudir, costumbre muy poco habitual. Hécuba, esta vez sí, parece haber ganado y ladra en mitad del silencio. ¿Todos la oyen? ¿Quién la salva?