Las risas y la complicidad de niños y mayores llenan la sala de terapias de la residencia Amavir Ciudad Lineal (Madrid). Son parte de los asistentes al proyecto 'De acampada con mis abuelos', que la institución organiza todos los años en treinta y tres de las cuarenta y tres residencias que la compañía tiene repartidas por todo el país. Los menores participantes, con edades entre 6 y 12 años, son nietos y bisnietos de los residentes de Amavir e hijos de los trabajadores, que conviven durante una semana con los mayores en las propias residencias realizando numerosas actividades. Muchos de los pequeños son, de hecho, 'repetidores'. «En verano acudo a varios campamentos pero este es el que más me gusta. Es muy divertido», corrobora Alan, de 9 años, hijo del médico del centro. «Ayudo a cuidarlos y me gusta escuchar sus historias», afirma este menor. El beneficio es mutuo para ambos colectivos . «La vitalidad de los niños se contagia a los mayores y al revés, la sabiduría de estos la absorben los menores. Se trata de normalizar ese contacto y de acercar esos dos mundos. Todos hemos sido niños y este tipo de actividades permiten volver a la niñez», añade Elena García Cepeda, directora de la residencia. Así lo reconoce Carmen, de 91: «somos mayores, pero algunos de nosotros somos como ellos. Su presencia aquí nos da mucha alegría, son preciosos. ¡Quién fuera pequeño otra vez!», suspira, mientras da cuenta de una brocheta de plátano, kiwi, melón y uvas que acaban de hacer conjuntamente en el taller de nutrición saludable. A su lado Mercedes, de 93, admite no parar. «He pintado un cuadro, he hecho perritos de lana, manualidades…». Al igual que Chelo, de 88 años, admite «disfrutar mucho de esta agradable compañía». Las personas que participan en estas actividades, explica la directora de la residencia, «lo hacen de forma voluntaria, pero tienen un perfil concreto: funcional y cognitivamente son bastante autónomos, y todos se caracterizan por su dinamismo y vitalidad». De hecho, durante la semana tienen reservado un tramo para ir juntos (niños y mayores) a la piscina. Acercar ambos mundos es uno de los objetivos principales de los campamentos intergeneracionales , explica Elena García Cepeda. «Por un lado, entender desde la primera infancia que la vejez está ahí. Y que las residencias, al igual que los colegios, los centros de salud, los hospitales o los parques de bomberos, son servicios comunitarios imprescindibles». En este sentido, admite la directora de la residencia Amavir Ciudad Lineal, «la realidad está cambiando y esa imagen de asilo, de sitio oscuro, está quedando atrás. Los centros son abiertos y la persona ingresa voluntariamente en ellos, o bien por necesidad, porque tienen una patología o, sencillamente, porque quieren estar acompañados». Pero sigue siendo necesario, insiste esta profesional, «acercar la existencia de las personas mayores a la sociedad y esta es una forma magnífica de hacerlo, por la que llevamos apostando años». La utilidad y el provecho en estas dos etapas vitales, continua, son incuantificables. «Los niños generalmente, quitando a sus abuelos, no tienen contacto con personas mayores. Parece que hay un salto abrupto y cualitativo entre las dos etapas, por eso es necesario acercar la realidad de los centros. En la sociedad siguen existiendo bastantes prejuicios al respecto. A no ser que tengas un familiar ingresado, no entras en una residencia». La realidad, advierte esta profesional, «es que cada vez hay más abuelos y bisabuelos, y más personas centenarias, que además son autónomas pero que no quieren gestionar un domicilio y a las que les da tranquilidad el servicio sanitario. Aquí la atención está centrada en la persona. En el momento actual son los propios pacientes -señala García Cepeda-, los que buscan terapias alternativas. En nuestro programa ofrecemos sesiones de belleza, de autocuidado, de masajes, llevadas a cabo por estudiantes en prácticas de un instituto de FP de peluquería y estética cercano». Destaca la terapia realizada con animales que imparte José, de Maeveniall , con un impresionante dogo gigante, un pastor alemán y un pequeño chiguagua que va de regazo en regazo. Subidos encima de las mesas, los perros que participan no se mueven ni un milímetro y se dejan acariciar, decorar con pinzas, gomas… Los asistentes al taller juegan al dominó, prendiendo las fichas con pinzas en el lomo de estos tranquilos animales, mientras los residentes trabajan casi sin darse cuenta las sesiones numéricas, la psicomotricidad fina, las emociones, las relaciones interpersonales… Y para esto «no vale cualquier animal», aclara García Granados, criador y adiestrador de estas y otras razas, como el Boyero de Berna. Cada perro, explica, «tiene su esencia y sus capacidades. Estos que están aquí tienen dos años de entrenamiento. Buscamos y seleccionamos los ejemplares más sociables y mejores de cada camada, aquellos con los que luego trabajaremos con personas con deterioro cognitivo asociado al alzheimer, al parkinson, al autismo y a otras discapacidades intelectuales , pero también con enfermos de salud mental . El objetivo principal -concluye García Granados -, es mejorar de forma lúdica la vida de estas personas».
